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+ SUMA DEL PRIVILEGIO.
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+ Tiene privilegio de su Majestad por diez años don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, para imprimir este libro, intitulado Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, como consta de su original, despachado en el oficio de Lázaro de Ríos, Secretario de su Majestad, y Escribano de Cámara. Fecho en Madrid a 28 de enero 1631.
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+ SUMA DE LA TASA.
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+ Los señores de Consejo tasaron este libro, intitulado Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, a cuatro maravedís cada pliego, y tiene veinticuatro pliegos, que monta noventa y seis maravedís cada libro, en que se ha de vender en papel, como consta de la fee que dio Lázaro de Ríos, Secretario de su Majestad, en 17 de marzo de 1631.
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+ FE DEL CORRECTOR.
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+ Este libro, intitulado Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, compuesto por don Francisco de Quevedo, está bien y fielmente impreso con su original. Dada en Madrid a 12 días de marzo de 1631. El Licenciado Murcia de la Llana.
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+ CENSURA DEL P. M. FRAY DIEGO de Campo, Calificador de la General Inquisición y examinador Sinodal del Arzobispado de Toledo.
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+ Por remisión del señor don Juan de Velasco y Acevedo, Vicario general en esta Corte, vi un libro que se intitula, Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, de don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, dividido en estos tratados, la Culta Latiniparla, el Cuento de Cuentos, el Sueño de las Calaveras, la Visita de los Chistes, el Entremetido, y la Dueña, con la Caldera de Pero Gotero, las Zahúrdas de Plutón, el Alguacil Alguacilado, el Mundo por de dentro, el Caballero de la Tenaza. Y todo es de buena y sana dotrina, sin tener cosa en contrario, por ser un discurso de grande agudeza y ingenio, para mostrar los naturales de algunas naciones y los peligros y daños que padecen algunos oficios y maneras de vivir; antes podrían sacar dél escarmiento y buena enseñanza, y esto con tan gran primor y sutileza, que se aventaja mucho al Dante y a los otros autores que han seguido el mismo intento; y así juzgo que se le puede dar la licencia que pide para imprimirle. En san Felipe de Madrid en 23 de agosto de 1629. Fr. Diego de Campo.
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+ El Licenciado don Juan de Velasco y Acevedo, Vicario general de la Villa de Madrid y su Partido, etc. Por la presente, habiendo hecho ver este libro, no tiene cosa contra la Fe y buenas costumbres, y por lo que nos toca se puede imprimir. En Madrid a 28 de agosto de 1629 años. Licenc. Velasco y Acebedo.
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+ Por su mandado.
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+ Simón Jiménez, Notario.
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+ APROBACIÓN DEL P. JUAN VÉLEZ Zabala, de los Clérigos Menores, Calificador del Consejo Supremo de Inquisición, a quien el Real de Castilla cometi este lIbro.
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+ No tiene cláusulas que contradigan las verdades católicas ni discursos que ofendan la pureza de buenas costumbres este libro que he visto por orden de V. A. donde están no ya adulteradas algunas de las obras de don Francisco de Quevedo Villegas, ocupaciones sabrosas con que desterraba la ociosidad en sus menores años y esfuerzos del ingenio suyo, que ofrecía en estos amagos desempeños mayores: antes hay en ellos tanta propiedad de voces, tanta admiración de estilo, tanta viva y clara significación de importantes verdades en palabras tan breves, que le asustan como a Lucil las con que Séneca encarecía y admiraba lo grande de su escribir en lo menor de su edad, prometiéndose obras ingeniosas, y serias en mayores años. Cap. 59 Habes verba in potestate praesa sunt omnia, et rei apta loqueris quantum vis, et plus significas, quam loqueris hoc maioris rei inditius est . Por tanto merece muy bien que V. A. le dé la licencia que pide para que salgan a luz. En esta casa del Espíritu Santo de los Clérigos Menores de Madrid, último de setiembre 1629. Juan Vélez Zabala, de los Clérigos Menores.
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+ DEDICATORIA.
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+ A NINGUNA PERSONA DE TODAS CUANTAS DIOS CRIÓ EN EL MUNDO.
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+ Habiendo considerado que todos dedican sus libros con dos fines que pocas veces se apartan, el uno, de que la tal persona ayude para la impresión con su bendita limosna; el otro, de que ampare la obra de los murmuradores; y considerando (por haber sido yo murmurador muchos años) que esto no sirve sino de tener dos de quien murmurar, del necio que se persuade que hay autoridad de que los maldicientes hagan caso, y del presumido que paga con su dinero esta lisonja, me he determinado a escribille a trochimoche y a dedicalle a tontas y a locas, y suceda lo que sucediere, que el que le compra y murmura, primero hace burla de sí, que gastó mal el dinero, que del autor, que se le hizo gastar mal. Y digan y hagan lo que quisieren los mecenas, que como nunca los he visto andar a cachetes con los murmuradores sobre si dijo o no dijo, y los veo muy pacíficos de amparo, desmentidos de todas las calumnias que hacen a sus encomendados, sin acordarse del libro del duelo, más he querido atreverme que engañarme. Hagan todos lo que quisieren de mi libro, pues yo he dicho lo que he querido de todos. Adiós, mecenas, que me despido de dedicatoria.
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+ Yo.
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+ A LOS QUE HAN LEÍDO Y LEYEREN. Yo escribí con ingenio facinoroso en los hervores de la niñez, más ha de veinte y cuatro años, los que llamaron sueños míos, y precipitado, les puse nombres más escandalosos que propios. Admítaseme por disculpa que la sazón de mi vida era por entonces más propia del ímpetu que de la consideración. Tuve facilidad en dar traslados a los amigos, mas no me faltó cordura para conocer que en la forma que estaban no eran sufribles a la imprenta, y así los dejé con desprecio. Cuando, por la ganancia que se prometieron de lo sabroso de aquellas agudezas, sin enmienda ni mejora, algunos mercaderes extranjeros las pusieron en la publicidad de la imprenta, sacándome en las canas lo que atropellé antes del primer bozo, y no solo publicaron aquellos escritos sin lima ni censura, de que necesitaban, antes añadieron a mi nombre tratados ajenos, añadiendo en unos y dejando en otros muchas cosas considerables, yo, que me vi padecer no solo mis descuidos, sino las malicias ajenas, dotrinado del escándalo que se recibía de ver mezcladas veras y burlas, he desagraviado mi opinión y sacado estas manchas a mis escritos, para darlos bien corregidos, no con menos gracia, sino con gracia más decente, pues quitar lo que ofende no es disminuir, sino desembarazar lo que agrada. Y porque no padezcan las demasías del hurto que han padecido los demás papeles, saco de nuevo el de la Culta latiniparla y el Cuento de cuentos, en que se agotan las imaginaciones que han embarazado mi tiempo. Tanto ha podido el miedo de los impresores, que me ha quitado el gusto que yo tenía de divulgar estas cosas, que me dejan ocupado en su disculpa y con obligación a la penitencia de haberlas escrito. Si v. m., señor lector, que me compró facinoroso, no me compra modesto, confesará que solamente le agradan los delitos, y que solo le son gustosos discursos malhechores.
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+ ADVERTENCIA DE LAS CAUSAS DESTA IMPRESIÓN. DON ALONSO MESÍA DE LEYVA.
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+ Habiendo visto impresos en Aragón y en otras partes fuera del Reino, con nombre de don Francisco de Quevedo Villegas, estos discursos, con tanto descuido y malicia que entre lo añadido y olvidado y errores de traslados y imprenta se desconocían de su autor, y más teniéndolos yo trasladados de su original, determiné, dándole cuenta, de restituirlos limpiándolos del contagio de tantos descuidos, porque se vea cuán de otra suerte en su primera edad jugaba con la pluma sin apartarse de la enseñanza. Y es cierto no consintiera hoy esta impresión a no hallarse obligado por las muchas que destos propios tratados se han hecho en toda Europa, tan adulteradas que le obligaron a pedir al Tribunal Supremo de la Inquisición las recogiese, imitando en esta modestia, aunque tan diferente, a Eneas Silvio, que después de pontífice mandó recoger algunas obras deste estilo que había divulgado en la mocedad. Salen enteras, como se verá en ellas, con cosas que no habían salido, y en todas se ha excusado la mezcla de lugares de la Escritura y alguna licencia que no era apacible, que aunque hoy se lee uno y otro en el Dante, don Francisco me ha permitido esta lima, y aseguro en su nombre que procura agradar a todos sin ofender a alguno, cosa que en la generalidad con que trata de solo los malos, forzosamente será bien quisto; sujetándose a la censura de los ministros de la Santa Iglesia romana en todo, con intento cristiano y obediencia rendida. Estos discursos en la forma que salen corregidos y en parte aumentados, conozco por míos, sin entremetimiento de obras ajenas que me achacaron. Y todo lo pongo debajo de la corrección de la Santa Iglesia Romana, y de los ministros que tiene señalados para limpiar de errores y escándalos las impresiones. Y desde luego con anticipado rendimiento me retrato de lo que no fuere ajustado a la verdad Católica, o ofendiere a las buenas costumbres.
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+ Me honra y me alegra hablar en este acto conmemorativo de los setenta años de nuestra Facultad de Filosofía y Letras. Celebrarlo ha sido idea de Juliana González, nuestra directora. Hay que felicitarla y hacer pública esta felicitación. Además quiero adherirme, muy de verdad, a la Mesa Redonda en honor de Edmundo O'Gorman, amigo y en muchos puntos maestro. Celebrémoslo. Celebremos también, tal es mi tema no anunciado antes, a "Mascarones", aquel lugar --y lugar en el tiempo-- en donde estudié, donde estudiamos muchos de nosotros. No todo lo que voy a decir pertenece objetivamente --de algún modo hay que decirlo-- a aquel espacio y tiempo. Todo lo que diga ahora está asociado, para mí, con aquella Facultad de Filosofía y Letras, aquella facultad donde viví y conviví con amigos, amigas, de 1942 a 1946, fecha en que me recibí con una tesis, ignoro si todavía legible, sobre Descartes: El método y la metafísica en Descartes.
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+ En lo que sigue aparecerán a veces algunas anécdotas. ¿Qué significado tiene aquí la palabra "anécdota"? El de una breve narración que no llega a ser chisme --o, ¿llega a serlo en algún momento?--. Pero sobre todo y creo que atendiéndome a etimologías, significa "cosa inédita" o "hacer público" cosa que suele ser una conferencia o una plática, como ésta de hoy, que no pretende ser formal. Y no es que invoque el desorden o, por mejor decirlo con mi maestro Bergson, lo que a veces llamamos desorden puede ser una forma de orden: "Il n'y a pas de désordre; il y a deux ordres". Siempre he estado a favor de un espíritu matemático. No --lo digo con Pascal-- de un "espíritu de sistema".
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+ Vayamos directamente al tema. En lo que habré de decir me referiré a (1) el edificio llamado "Mascarones", (2) a mis amigos, (3) a mis maestros, (4) a algunas ideas mías y no mías.
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+ Concluiré hablando de lo que quiero llamar el "Espíritu de Mascarones".
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+ Descripción objetiva. Si han ido a la Ribera de San Cosme --¿se sigue yendo a aquela Ribera?--, esquina con la calle de Naranjo y atrás la Alameda de Santa María situada al norte de "Mascarones", podrán ver todavía hoy la fachada de aquella facultad. Ignoro si el edificio está bien conservado por dentro. Desde que la facultad se mudó a la Ciudad Universitaria, no he vuelto a entrar ni pienso hacerlo. El interior: amplio patio, caminos trazados con precisión. Allí los naranjos. Atrás un patio alargado, menos hermoso que el primero. En el fondo, la biblioteca donde algunos consultaban el Migne y, sobre todo, en aquella gran serie patrística, a Juan escoto Erígena que interesaba, probablemente, por razones platóncas, neo-platónicas, agustinianas, místicas, poéticas. Éramos algunos los que podíamos leer, de manera más o menos aproximada, el latín. Muy pocos el griego. No me cuento entre estos pocos. Mi griego, estudiado dos años en el Liceo --Marsella, México-- era y es totalmente insuficiente.
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+ Vuelvo al primer patio, el de los naranjos. A un lado estaba el café, ese café que fue centro para todos nosotros y también para los muy numerosos estudiantes que venían a nuestra casa --venían principalmente de Derecho, también de Medicina-- y convivían con nosotros. Así: Henrique González Casanova; así Teodoro Césarman, ya casi cardiólogo.
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+ La fachada. La describo escuetamente y la información puede encontrarse en libros, sobre todo en diccionarios como es el caso del Porrúa de historia y de México. Según se dice, aquel terreno fue largo tiempo una huertra hasta el inicio de la construcción por don José Vivero Hurtado de Mendoza. La fachada es del siglo XVIII, una de las mejores de México. La forman o conforman estípites terminados con cariátides; es decir, con mayor sencillez y menor exactitud, la fachada está hecha de pilastras en forma de pirámida truncada. En ella también las cariátides, es decir, mujeres con traje talar, vestidura que llega hasta los talones. La fachada es hermosa.
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+ De las cariátides proviene el nombre de "Mascarones". ¿Qué mascarones, me pregunto? ¿Los de una proa, ahora y aquí, fija y multiplicada, inmóvil. Hay que ir. Vayan a ver el edificio los que no lo conocen. Muy cerca, en efecto, de la Alameda de Santa María donde íbamos con nuestras compañeras a platicar, no de filosofía pero sí tal vez de amores. También íbamos a veces --cosa prohibida-- a la azotea amplia y casi terraza. No todo tiene que ser ciencia y ciencia, letras y letras, historia e historia, filosofía y filosofía.
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+ Paso a algunos asuntos personales. Cuando Pascal escribió aquello de "el yo es odioso" ("le moi est haissable") mucho me temo que hablaba de su yo, lo cual hacía que su yo odioso no fuera odioso. Pues bien, quien ahora les habla nació en Barcelona (noroeste de España, como dicen hoy extrañanmente en los periódicos). Tengo los mismos años que esta facultad. Estuve exhiliado en Provenza, muy tierra mía, donde empecé el bachillerato francés en el Lycée Périer, y lo terminé en México, en el Liceo Franco-Mexicano.
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+ Bien. Salido o "sacado" de España a los catorce años de aquella España en terrible guerra --uno de mis primeros poemas se refería a los bombardeos cotidianos de 1938-- me hice"provenzal". Quiero decir que me adapté rápidamente a aquellas tierras, que todavía son mías. Descubrí que en el campo, se entendía el catalán sin grandes tropiezos. Otra confesión: escribí poemas en francés que supongo desaparecidos. Gracias a tods los santos.
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+ Venir a México, este México ya hace tiempo mío, nuestro México, fue al principio, hay que decirlo, un nuevo exhilio. Por esto no me convence lo que decía José Gaos, maestro de muchos de nosotros, cuando llamó a los exhiliados "tranterrados". Lo serían después; en aquellos años justamente eran exhiliados, refugiados. Poco a poco fuimos transplantados; pero esto fue poco a poco, fue un poco lento. En México me hice amigo de un grupo de jóvenes de mi edad o cercanos a ella, entre los cuales quiero recordar a Jomi García Ascot con quien, al alimón, dí mi primer curso en "Mascarones", año de 1949. Éramos muy jóvenes. Otros amigos: Manuel Durán, Roberto Ruiz, Tomás Segovia, Carlos Blanco Aguinaga, todos exhiliados. Y algunos mexicanos: Teresa Silva, Echavarría (pintor que murió muy joven), Alberto Gironella. Y, perteneciente a varias nacionalidades: Vlady.
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+ Bien. Juntos hicimos la revista Presencia de la cual fue el alma Jomi. Participaron en Presencia dos amigos que habían luchado en la guerra de España: Ángel Palerm y Jacinto Viqueira; antropólogo el primero, ingeniero el segundo. ¿Saben porqué terminó la revista Presencia -- habré de repetir esta palabra más adelante--? Palerm escribió su tesis de maestría; no tenía cómo ni dónde publicarla; la publicó en lo que fue el último número de la revista. ¿Piensan ustedes en Luis Rius y Arturo Sauto, Pascual Buxó, Enrique de Rivas, Pepe de la Colina? Fueron amigos nuestros, pero más tarde; erán más jóvenes.
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+ Hasta aquí lo que fue un primer grupo de amigos. Otros también en la facultad --no quiero hacer una larga lista, siempre injusta-- Jacqueline Pivert, Emilio Uranga, el arquitecto Raúl Henríquez, Bernabé Navarro, Huguette Balzoba, Margit Frenk y los "extranjeros" que venían de otras facultades. Pues bien, los españoles todavía algunos en verdad adolescentes, éramos desterrados, éramos exhiliados con los ojos puestos en España y, en algún caso, especialmente en Cataluña y en lo que Dante llamó "lingua d'ocha", transformado creo que por los franceses en "Languedoc".
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+ Vuelvo a "Mascarones", aunque en verdad nunca me he alejado demasiado de aquella casa. En aquellos años, años de carrera, una doble noticia que llevaba por nombres Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Nos dividimos entre sartrianos y camusianos. Tal vez por orgígenes comunes en el Mediterráneo pero sobre todo por la luminosidad poética de su pensamiento, algunos fuímos camusianos. Debe ser Camus, El Extranjero, El Hombre rebelde, pero sobre todo Nupcias y el Verano. Sartre fue objeto de largas polémicas, principalmente El ser y la nada. Si mucho se empeñan, pueden leer a Sartre; dicho más seriamente, no cabe duda de la importancia de Sartre. No así de su "simpatía" puesta de manifiesto mucho más tarde en Palabras (Les Mots).
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+ Quedamos que todo lo dicho hasta aquí tiene que ver con "Mascarones". Amigos, maestros, pensadores, escritores, adaptación más o menos rápida al nuevo país, precisamente en aquella casa. Recvelaré, no creo que sea un secreto, lo que me hizo de veras mexicano. Ví a una persona. Hablé con ella; le conté interminablemente historias temibles de la guerra vivida, de aquella guerra tal vez incivil. Y me escuchaba. La conocí cuando ella hablaba con mi padre. Era Ana María Icaza, mi futura esposa. Mi padre me dijo que era pintora. Lo era. Pintaba muy bien.
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+ Aparte de la reciente división --camusianos, sartrianos-- había en nuestra facultad una división más antigua. Por una parte estaban los neo-kantianaos --neokantismo de Marburgo--. Representaban la izquierda, una moderada izquierda. Por otra parte estaban los neo-tomistas que traté poco por razones más sociales y aún políticas que académicas. Quiero sin embargo señalar que uno de ellos fue un magnífico maestro, amigo de los jóvenes españoles: Oswaldo Robles, mi profesor de filosofía medieval. Por cierto, un maestro de aquel entonces que me niego a nombrar fue extremadamente impuntual. Nos daba una clase de diez, a veces quince muinutos. Sí; los neo-tomistas solían representar la derecha, claro está. Pero, ¿es la cosa tan clara? Por limitarnos a Francia: Bernanos, Maritain, Emmanuel, Mounier (el fundador de la revista Esprit que aún subsiste), todos ellos católicos fueron con diversos matices, amigos de los republicanos españoles. Creo que lo fue el poeta Pierre Emmanuel que era también cristiano; y claro, también Juan Pablo Lansberg, exhiliado de Alemania, profesor en Barcelona y muerto en un campo nazi de concentración.
32
+
33
+ En la facultad, además,algunos excelentes profesores. Samuel Ramos en Estética, García Máynez en Ética y Filosofía de los Valores y, memorable, don Antonio Caso que recordaba en su aspecto a algún filósofo francés de fin de siglo. Don Antonio trató, y trata aún desde sus libros, de hacernos ver que el valor verdadero está no en la "economía" --mínimo esfuerzo con máximo de resultados-- sino en la caridad --máximo esfuerzo con un mínimo de resultados--. Caridad, es decir, amor; elagustiniano amor que lleva a decir "Deus meus pondus meus" (Nota del transcriptor: "Dios mío, mi amor y el peso, la fuerza de gravedad que irresistiblemente me hace tender hacia Él"). Otro aspecto de la filosofía de Caso me tocaba de cerca a pesar de la diferencia de generaciones. Me refiero a su filosofía de la pesona y no del individuo concebido como uno de tantos, lo cual lo llevaba a condenar todos los totalitarismos. Hondo entusiasta, espíritu libre --recordemos que don Antonio fue quien más valientemente defendió la autonomía universitaria-- era hombre íntegro, hombre de conciencia.
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+ Aquí un recuerdo trágico ligado a Mascarones. Mi padre Joaquín Xirau murió en un accidente cuando estábamos frente a la Facultad. Era abril de 1946. En el número de la revista del IFAL, espléndida revista en aquel entonces, aparecían al mismo tiempo y de manera sucesiva, un texto de mi padre sobre Antonio Caso que acababa de morir, una nota de la revista sobre la muerte de mi padre, que tanto había hecho por el IFAL, y mi primer artículo donde discutía las posibles relaciones entre la filosofía de la existencia y nada menos que don Farcnisco de Quevedo. No me he releído. Tal vez era un buen artículo. ¿Coincidencias dramáticas? Así de temibles pueden llegar a ser las cosas.
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+ Maestros míos, José Gaos, sin duda. García Bacca, profesor de teoría del conocimiento y de un utilísimo seminario acerca del griego para filosofía. Josep Carner, gran poeta catalán, autor de aquel poema llamado Nabí, profesor de poesía romántica con hondura a humor, precisión y flexibilidad. Don Pedro Bosch Gimpera, historiador, prehistoriador tan cercano a los míos, No quiero olvidar a Julio Torri, quien comentó en un texto mío cuando yo acababa de entrar a la facultad, "trabajo muy conceptuoso", cosa que me llenó de suspicacia y alegría. Y Julio Jiménez Rueda; Pablo Martínez del Río; Amancio Bolaño Isla, vivísimo profesor de latín. Y claro, aunque estuviera poco en la facultad, don Alfonso Reyes, tan amigo de los españoles, a quien oí hablar creo que en 1940 en la Universidad de Morelia y después en el IFAL y también en Mascarones. Don Alfonso: primer Presidente de la Casa de España en México --después, El Colegio de México--, conferencista en El Colegio Nacional. ¿Leen ustedes a Alfonso Reyes? Hay que leerlo. Su obra es toda vida y debe decirse, con Borges, que es Reyes, aparte de su poesía, uno de los mejores prosistas en lengua castellana de este siglo, si no es que el mejor.
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+ No voy a resuir la filosofía de Joaquín Xirau. Lo he hecho en otras partes y habré de hacerlo con más detalle. Diré tan solo que, riguroso y entusiasta, había sido un gran maestro en Barcelona, en París, en el Cambridge de Inglaterra --en este país coincidió con Jorge Guillén, profesor en Oxford-- y, naturalmente, en Mascarones. En Barcelona había tenido por discípulos a Jorge Maragall, Josep Calsamiglia, Udina, Rubert de Ventós el padre, Eduardo Nicol, Ferrater, Gomà. Los veía en la universidad pero principalmente en su casa como habría de hacerlo con sus discípulos de México. Entre ellos, Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Bernabé Navarro, William D. Johnson, a quienes cito en primer lugar porque dieron conferencias acerca de mi padre poco después de su muerte y sobre él escribieron con profundidad. Sería injusto no recordar entre los que también iban a su casa, a los que lo oían tocar el piano con fuerza, igual que sus discípulos barcelonanes. Me refiero a Eusebio Castro, Matilde Lemberger, Raúl Henríquez, J.Moreno, Enrique Cruz, mi gran amigo, Adolf Siccroff, Ana María y, naturalmente, yo mismo.
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+ Filósofo, educador, hombre de letras humanas --éstas literae humaniores de un Vives, sobre el que escribió y solía comentarnos en sus seminarios y cursos. Joaquín Xirau, enamorado desque que llegó de un Vasco de Quiroga, de un Sahagún, fue ante todo un filósofo del amor o, si se quiere, de Logos y Eros, inseparablemente nidos. Valiente tenía que ser Joaquín Xirau cuando en mayo de 1938 publicó en la revista Madrid, cercana a Antonio Machado y don Ignacio Bolívar, un artículo titulado Charitas, en aquel terrible y discordante momento de la historia.
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+ Un hecho. En 1937 se realizaron en París paralelamente dos congresos: el de Estética y el Internacional de Filosofía, bien llamado el "Congreso Descartes". Allí habrían de conocerse las Meditaciones cartesianas de Edmund Husserl. Pues bien, el doctor Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros del gobierno de la República pidió a Joaquín Xirau que representara a España en aquellos congresos. Joaquín Xirau le dijo que quien debía representar a la República era Ortega y Gasset. Viajó para convencer a Ortega, que había sido su maestro en años madrileños y estudiantiles. No logró convencerlo. Decidió entonces aceptar la representación de la República. Recuerdo cómo juntos, mi padre, mi madre y yo, visitamos aquel pabellón de la República Española, en la Exposición Universdal de París, obra de Sert, donde se veía el surtidor de mercurio de Calder y las obras de Miró, Juan Gris y el Sueño y mentira de Franco así como el Guernica de Picasso.
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+ No quiero olvidar del todo la filosofía de Joaquín Xirau. La diré en un solo párrafo, conclusión de su libro Lo fugaz y lo eterno, gracias al cual se entiende mejor otro de sus libros, el que ustedes deben leer, Amor y Mundo (1940). Dice el párrafo:
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+ "La vida es movimiento, riesgo, anhelo, entrega. Vivir es trascenderse y buscar en los ámbitos del mundo algo que haga la vida digna de ser vivida. Es posible que filosofar sea entonces vivir. Pero en esto la filosofía coincide con la vida misma. También la vida plenaria es un constante "no vivir", desvivirse y proyectarse más allá de la propia existencia en un afán insaciable de salvación. Y en este caso, filosofar es vivir; vivir es filosofar".
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+ Creo que muchos, tal vez todos, podríamos hacer nuestras estas afirmaciones. Joaquín Xirau coincide con Ramón Lull, a quien cita cuando éste dice: "El amor ha sido creado para pensar".
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+ Tal vez se pregunten ustedes por qué no he mencionado entre los maestros de nuestra facultad a Eduard NIcol, a Adolfo Sánchez Vázquez. La cosa es sencilla. Nicol llegó muy joven a México, creo que a los treinta y dos años. Aquí preparó su tesis doctoral que fue su excelente libro Psicología de las situaciones vitales (1941). Sánchez Vázquez había hecho la guerra de España. Llegó a México a los veinticuatro años y aquí, entre nosotros, tuvo que terminar su carrera después de algún tiempo de impartir clases en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia.
52
+ Hablaré poco de mi manera de reflexionar y creer. Anda por los libros y a veces en mis seminarios y cursos que he desarrollado y sigo desarrollando con los jóvenes, yo entre dos Joaquines, mi padre y mi hijo Joaquín Xirau Icaza.
53
+ La palabra central dentro de un mundo que me es filosófico y poético, amigo de la mística, es la palabra Presencia casi siempre ligada, lo ha visto con claridad Alejandro Rrossi, a lo sagrado. Encuentro la palabra "presencia" --primeros balbuceos-- en mi segunda te4sis todavía muy bergsoniana y muy crítica de Sartre. Me refiero a Duración y existencia, libro con algunas buenas ideas y mediano estilo publicado en 1947. La palabra se aclara mucho más, ya desde el título, en Sentido de la presencia (1955) y mucho más tarde en El tiempo vivido de 1985 --hay una reedición de 1993. Subraya mi idea de la presencia un verso de uno de mis poetas, Jorge Guillén:
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+
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+ Soy; más: estoy, respiro.
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+ Y este "estar en el mundo" que nada tiene que ver con el Dasein de Heidegger tan estudiado por nosotros gracias a José Gaos, este "estar" también con los otros, con El Otro, es presencia. Lo han sabido, diversdamente, Platón, San Agustín, Juan Escoto Erígena, San Juan de la Cruz, Teresa la Santa, --así la llamaba Américo Castro-- y en nuestros días, entre otros, Emmanuel Mounier, Edith Stein, Thomas Merton. En efecto, este estar en presencia pertenece a filósofos, poetas, hombres y mujeres de religión y mística.
58
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59
+ Hace unos treinta y cinco años inicié un curso, después un seminario que se titulaba "Poesía y filosofía" --todavía subsiste con el más neutro y vago nombre de "Estética". Por lo demás, según veo en el anuncio de cursos y seminarios de este nuestro Mascarones en Ciudad Universitaria, el mismo título ha proliferado. Quiero decir que jóvenes maestros dan cursos sobre el tema, lo cual es bueno.
60
+
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+ Algunos han dicho y alguno ha escrito que para mí, filosofía y poesía son lo mismo. No; nunca he pensado o dicho que fueran lo mismo. Lo que sucede es que, por caminos muy diversos --más discursivo uno, más intuitivo el otro-- pueden dirigirse a lo mismo, a lo crucial, a lo sagrado del mundo, a las personas, los dioses, Dios. Nada más nada menos que esto es lo que alguna vez he tratado de decir y escribir. Lo cual nos regresa al sentido sagrado de la presencia. Pero noto que de un "Mascarones" a otro, de aquella facultad a ésta, me he puesto algo rapsódico. Mala señal. ¿Cuál era el espíritu de "Mascarones", de ambos "Mascarones"?
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+ Al hablar de este espíritu no quiero olvidar que en aquella facultad, como es sano y necesario, había frecuentemente polémica. La polémica forma parte del diálogo, este diálogo en el que hemos creído desde siempre. No en vano mi revista, la que fundé y publicó El Colegio de México, se llamó Diálogos. Lo que me atrajo de "Mascarones", polémica o no polémica, fue la capacidad de hablar, de dialogar, muchas veces en el café. Diálogo es decir diálogos, conversación, palabra compartida.
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+ Si el diálogo era y es fundamental, no lo es menos la tolerancia. "Tolerancia". Vieja palabra del amigo Montaigne --Cervantes y Montaigne son amigos nuestros. Ser tolerante no implica aceptarlo todo bajo la especie de caos... Tampoco implica vivir sin creencia, ideas, sentimientos. Se trata de todo lo contrario. Más que "soportar" o "aguantar" --esto dice la raíz latina de Tollere: "levantar", manifestar opiniones diversas.
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+ Diálogo, tolerancia. También amistad; la vieja virtud ciceroniana; amistad, a veces a pesar de discrepancias y aun de ideas distintas, si no opuestas.
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+ Por fin, algo esencial que estaba en aquel "Mascarones" y debe estar en nuestra facultad y en todo espacio universitario. Hablo de la inteligencia. Quiero aquí recordar lo que decía Reyes, don Alfonso Reyes: "No olvideis ser inteligentes". Tratemos de serlo. Podemos y debemos serlo.
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+ Termino. No olvidemos los afectos. No olvidemos sobre todo el orden vital, un orden que encauce nuestras vidas. Pero baste de prédicas se es que esto son prédicas. Estamos en una celebración, una fiesta precisa, disciplinada y vital. Esta celebración de los setenta sños de nuestra facultad, en su Mascarones antiguo, en su espíritu de Mascarones también posible hoy.
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+ San Ángel 17 de enero de 1995.
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+ Sobre eminente sitio, sublime puesto y delicioso trono, entorno y círculo vistoso de soberbios y lisonjeros montes; por lo excelso, con el portentoso imperio de todos ellos, si no de todo el orbe, perpetuo Príncipe se engríe y supremo Rey se constituye el nobilísimo, el insigne, el invencible siempre cívico monte de Toledo, metrópoli de todo el ínclito reino, de su noble ilustre corte y opulento solio un tiempo de felicísimos Reyes; glorioso siempre no sólo por quien le dio principio que fue (como quieren doctos escritores) cierto Ferrecio, insigne griego o, como escriben otros, el invencible Hércules Lívico y ciertos griegos robustos y fortísimos de su lucido ejército. Pero por sus ilustres trofeos y por los excesivos honores con que se enriquece, como son el perfectísimo temple de su cielo y suelo, sus gustosísimos frutos, su honorífico y suntuoso templo, diócesis insigne de los iberios por su Regente Pontífice y rico clero, por sus curiosos edificios, célebre río, eminente ingenio, y por el de sus nobles y discretos hijos, ilustres sujetos en lo científico de lo civil y divino, y en lo heroico del furor bélico, y por lo insigne de sus luminosos soles o mujeres de peregrinos rostros, sin otro esplendor que el del líquido elemento cogido en el corriente vidrio de su difuso río y undoso muro, glorioso objeto de eruditos ingenios (no sólo del Plinio, Tito Livio y Ptolomeo) por el oro de su centro, pero de otros muchos selectos históricos discursos y poéticos metros con elogios enriquecidos. En este pues riquísimo epílogo de perfecciones residió mucho tiempo cierto joven por nombre don Jerónimo, nobilísimo por su estirpe y de legítimo consorcio. Dejó un hijo que se nombró don Lope, mozo cortés y brioso, de gentil condición y honroso término, modesto en su proceder (no como otros), inquieto y orgulloso, pero honesto, curioso, prudente y bien entendido, y, sobre todo, rico y poderoso respecto de lo mucho que heredó de sus progenitores en censos y un vínculo de dos mil escudos por mes, por sí de excelente cobro, sin otros bienes y multitud de dineros en doblones. Pero no por eso se introdujo soberbio, común vicio de ricos, comedido sí, y primoroso, frecuente en honestos ejercicios y políticos respetos, eximiéndose siempre de los tributos de Cupido y de los deleites de Venus.
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+ Sucedió, pues, que deseoso de ver que en Zocodover (sitio público de los festines y juegos) cierto domingo de los del fructífero septiembre, principio del fecundo Otoño, el encierro de los toros y un festín que se hizo entre los nobles, se entró en el domicilio de don Miguel, deudo suyo. Y entre el concurso de mujeriles sujetos vio dos soles de divino esplendor, oposición no del celeste, superiores sí en lo primero de lo pomposo y refulgente, siendo el vínculo del deudo sororios primos. No es epíteto el de soles, renombre sí, porque con el mismo oyó que los nombró otro concurso de ilustres jóvenes. Dos prodigios vio de perfección, dos celestes querubines; pero el uno le llevó el espíritu, si bien de él se vio correspondido por los mismos filos en recíproco cortejo. Sus nombres encubro por honestos respetos: pero nómbrese este peregrino sol Mitilene y el otro Nise. De Mitilene pues se vio en un momento de sus divinos ojos sin remedio preso y, como entre grillos de yelo, inmoble, sin que le fuese posible poder eximirse de rendido. Sin querer los miró y queriendo divertirse en los de Nise por menos peligrosos, no pudo; si bien en ellos notó un destrozo del modesto silencio y un fuego interno consumido del oculto sosiego de su pecho y quietud del espíritu, pidiéndole de hito en hito presuroso y dulce socorro. Motivo del incendio se conoció don Lope, pero no se dio por entendido ni les dio crédito, no sólo porque los presumió digno objeto de los de cierto mozo nobilísimo, por nombre don Gregorio, que en frente de ellos vio y juzgó por ellos perdido, pero porque en los de Mitilene (objeto de los suyos y su hermoso sol), se elevó todo y en ellos notó dos círculos, dos orbes digo o cielos, llenos de lucido esplendor, sin riesgo de soberbios por lo señoril, ni de menosprecio dignos por retóricos o elocuentes. Del rubio pelo de encendido color, los sutiles y curiosos rizos, no de finísimo oro, los consideró lucientes y preciosos hilos, ni costosísimo tesoro de Ofir, superior tesoro sí en lo rico, en lo refulgente y luminoso. Pero en el hermoso rostro y frente tres misteriosos vergeles o peregrinos pensiles vio de flores entretejidos de rosicler y nieve, divididos con un sublime y lindísimo retrete de olor en excelente proporción de relieve de nieve hecho, y de multitud de flores de los colores mismos con gentil primor compuesto. Los perfectísimos y menudos dientes entre el diviso y odorífero rubí (divino y precioso joyel) vistos, los juzgó hechos de lo mismo que en el cielo el sol y que, sentido Cupido de ver los de Venus y los suyos inferiores, se cubrió y vendó de vergonzoso los ojos por no verlos. En el eminente y terso cuello notó un mundo hecho del precioso mixto de rojo pórfido y misterioso hielo. Pero en lo poco que de los hermosos pechos vio principios, conoció ser dos perfectos globos, si no del yelo mismo, superior sí por los indicios de diferente género, pues los notó compuestos de purísimos lirios y multitud de flores de Venus, y de Cidros y de los fluecos de olorosos mirtos entre nieve y rosicler; los dedos entorno hechos y todo su distrito, con los vistosos pulsos, lo juzgó todo de lo mismo y prisiones lo miró todo de sus ojos, grillos de sus sentidos y suspensión de su espíritu. Y no menos le elevó de su hermoso dueño lo honesto, lo señoril, lo bien prendido y compuesto del vestido, que juzgó de terciopelo rizo ligero, color flor de romero, todo embutido de florones y lises de oro con huequecillo de negro y golpes de eses en los entremedios, con pespuntes de color de rubí y el entreforro de velillo de esplendor del mismo color rubicundo, y todo de suerte perfecto que ninguno de los hermosos sujetos le pudo competir, si no fue el del otro sol de Nise, porque en lo espléndido y señoril de sus ojos, nieve y rosicler de su rostro, terso de su frente, colorido del diviso rubí, si no fue todo en perfección lo mismo, fue muy poco diferente en el juicio de todos; sólo en el de don Lope desdijo mucho y no menos en el de don Gregorio porque no fue de Nise el sujeto el que le elevó, como pensó don Lope, sino el mismo sol de Mitilene; y no porque de Nise el brío y discreción fuese inferior ni menor lo costoso y lo lucido del vestido, pues se juzgó de espolín de oro, verde y negro (entretejido de flores de rizo, de oro el fondo y el rizo negro), con golpes de flueco por entre flor y flor en semicírculo, divididos por excelente modo, con molinillos de oro culebrinos, sino porque de Mitilene el destino fue superior en el dominio de los encendidos pechos de los dos jóvenes.
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+ Fenecióse el encierro de los toros y el festín; deshízose uno y otro concurso; fuéronse los hermosos soles de Mitilene y Nise juntos en un coche. Pero don Lope los siguió en el suyo, y pretendiendo don Gregorio lo mismo, se lo estorbó Nise pidiéndole cortés que no lo hiciese; lo mismo hizo con don Lope Mitilene; pero él, por ver que se lo dijo sonriéndose y como por cumplimiento, porfió y con retórico estilo y primorosos conceptos le refirió los efectos del fervoroso incendio de su pecho; y viendo en el crédito que se le dio lucir su intento, prosiguió solícito su discurso y juró de ser firme si se viese correspondido: empeñó su fe, hipotecó su honor, y por veces lloró tierno, fogoso y líquido vidrio, munición con que rindió de Mitilene el pecho, y mereció por fin en breve tiempo en retribución felice de su empeño, un hermoso listón verde concedido con gusto y sin melindre. Desdoblóse luego, y en él leyó escrito en curiosos signos de oro: soy de Mitilene. De este modo se certificó en su nombre porque primero le supo del concurso y el sitio de su filice domicilio, bien conocido de él por ser el mismo que el de cierto don Pedro, enemigo suyo y tío de estos dos bellos prodigios, pero señor nobilísimo y muy rico.
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+ Quedó con el listón don Lope contentísimo pero notó que Nise se disgustó en extremo de que Mitilene se le diese y que procuró por veces (no sin indicios de furiosos celos) divertir sus coloquios teniendo por desprecio que él no se diese por entendido de sus ojos ni de los equívocos con que le dijo el incendio de su pecho; y viendo Mitilene su enojo y los progresos de don Lope y sus empeños, le rogó que por desmentir los ojos de envidiosos émulos (linces del virgíneo incendio que, donde menos se presume, suelen sospechosos esconderse), se fuese por entonces. Y le permitió porque se le pidió con discreto término y sin que Nise lo entendiese, que por el vergel de su domicilio, de noche, pudiese proseguir sus desvelos y descubrir, si fuesen honestos, los ocultos indicios de su intento. Hízolo como se le ordenó, pues en medio del lóbrego y nocturno silencio, de pechos puesto sobre cierto postigo del dichoso sitio, bien que como prisión (sin serlo) hecho y entretejido de menudos hierros por el honesto y seguro decoro de sus dueños, felices testigos hizo del oculto fuego de su pecho los olorosos pimpollos y ejércitos de flores, los frondosos cedros, mirtos y chopos, pues en sonoro instrumento y dulces quiebros de su voz los obligó con lo fino de sus tiernos suspiros y cohechó con lo dulce de repetidos versos. Y si referirlo puedo es porque después Mitilene -según dicen- pidiéndoselos, hizo que con el buril o sutil cincel de un curioso punzón de su estuche en lo liso de cinco o seis presumidos y conjuntos olmos se esculpiesen; y yo mismo dellos los copié, y son éstos:
8
+
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+
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+ Pomposo mirto de Venus,
11
+ cedro oloroso y gentil,
12
+ verdes chopos y cipreses
13
+ briosos en competir.
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+ Flores que en sublimes trinos
15
+ lisonjeros conducís
16
+ el primor y los fulgores
17
+ del sol, nieve y de rubí.
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+ Del incendio de mi pecho
19
+ pues testigos sois, oíd:
20
+ que muere por Mitilene,
21
+ el dueño de este pensil.
22
+ Decídselo, flores, vos
23
+ mirto, vos se lo decid,
24
+ y sed mis terceros, chopos,
25
+ si su cielo me encubrís.
26
+ De los soles de sus ojos
27
+ esplendores merecí,
28
+ pero en mi destino temo
29
+ perderlos por infeliz.
30
+ En este vergel dichoso
31
+ verlos pude presumir,
32
+ no debo de merecerlos,
33
+ doleos, flores, de mí.
34
+ Soles son, yo lo confieso,
35
+ pero su esplendor sutil
36
+ pechos que no son de bronce
37
+ pudo en fuego convertir.
38
+ Y si victorioso en ellos
39
+ glorioso trofeo vi,
40
+ sé que es su querer muy niño
41
+ y puédese desdecir.
42
+ Yo estoy, flores, receloso,
43
+ porque opuesto tengo en fin,
44
+ y el querub que hermoso espero
45
+ es sujeto femenil.
46
+ Pero de suerte sus ojos
47
+ los quiero, que desistir
48
+ no podré si se opusiesen
49
+ mil reinos y mundos mil.
50
+ Que como por ellos muero
51
+ luego que feliz los vi
52
+ cobré bríos invencibles
53
+ con que poder resistir.
54
+ Pero socorredme, flores,
55
+ que si en verlos los perdí,
56
+ no puedo vivir sin ellos,
57
+ por ellos quiero morir.
58
+
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+
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+ Todo lo oyó Mitilene, porque entre lo espeso de los mirtos y chopos se previno escondiéndose. Pero no pudiendo sufrir que el decoro de su fe estuviese en don Lope dudoso, se descubrió; y le certificó de ser él y no don Gregorio el querido objeto de sus ojos. Con esto se despidió don Lope y en cinco o seis noches, con el decoro posible del honor de Mitilene, logró dulces coloquios y felices discursos, y por segundo premio, trofeo de su fe, un curioso bolsillo de oro con botones, cordoncillos y fluecos de oro de sus rizos, cogidos de los revueltos despojos del ebúrneo peine, y dentro otro listón, color rojo lilio, y en un renglón de oro escrito: soy de don Lope. Pero él se desquitó del empeño con un costoso y precioso cupido de oro y rubíes que le dio con mil firmes prometimientos de ser su esposo, si no se lo impidiesen sus pocos merecimientos y corto destino respecto del odio que su tío don Pedro tuvo con sus progenitores sobre cierto litigio. Confirmó Mitilene su dudoso ofrecimiento con prometerle lo mismo y pedirle que, con todo secreto, se dispusiese el efecto de sus recíprocos deseos.
61
+
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+ Pero como en el terrestre globo los gustos son veloces y no suceden siempre prósperos, presto se les enturbió su contento, presto el sereno cielo de sus conformes deseos se obscureció de nubes y furiosos truenos. Sucedió, pues, que don Lope se retiró de Toledo por tiempo de un mes por cierto fortuito suceso, sin ser posible, primero que se fuese, despedirse del bello sol de Mitilene; y Nise, sintiendo en lo oculto pecho el mismo fuego que Mitilene desde que en el festín le vio y en el coche oyó de los dos los requiebros y dulces coloquios, propuso en su mente dividirlos y sustituirse (si don Lope volviese) querido dueño suyo por todos los medios que le fuesen posibles. Y porque mejor se consiguiese el fruto y premio de sus desvelos y del efecto de su pretensión viese felices principios, lo ordenó su destino de suerte que todo sucedió como lo pudo pedir su deseo; porque corrido don Gregorio de ver que don Lope en su coche siguió el de Mitilene sin que se lo impidiesen, y el difuso tiempo que se entretuvo (que de todo dio fe siguiéndolos de lejos), viéndose consumir sin remedio de insufribles celos, sin poder eximirse del interno fuego consumidor de su pecho, hizo que sus deudos entre los de Mitilene y preferente don Pedro, su tío, propusiesen el consorcio. Y porque el efecto de él con resolución y en breve se dispusiese dio comisión de que sin dote ninguno se hiciesen los conciertos. Comunicóse todo entre uno y otro deudos y convinieron los de Mitilene en que se hiciese el desposorio, visto ser conveniente por los méritos de don Gregorio, noble y robusto joven, rico, de ilustre tronco y excelente sujeto, y por el venturoso empleo de Mitilene y no de menor cómodo de su tío y en el dote sin desembolso de dinero, condición y punto muy convenible, y en estos tiempos poco pedido de los novios. Con esto que se decretó dio luego el sí don Pedro, tío de Mitilene, y después se lo comunicó con excesivo contento, diciéndole que, conociendo lo mucho que su destino tuvo de venturoso, dio y otorgó luego en su nombre el consentimiento porque no se perdiese tiempo en disponerse lo preciso y conveniente, y que si con él después viniese don Gregorio su esposo, le recibiese cortés y prudente. Inmoble se quedó Mitilene de lo que le refirió su tío, y entre grillos de hielo no supo con el susto responderle; pero él, entendiendo procediese todo del virgíneo, y vergonzoso decoro y pundonor, se fue contentísimo, y no menos lo quedó Nise, que oyéndolo todo se prometió felice suceso en sus designios. Y lo primero que con Mitilene hizo fue deslucirle y oscurecerle los honrosos términos de don Lope, diciéndole se tuviese por feliz en perderle por ser hombre loco, necio, llorón, imprudente, lleno de mil vicios, perdido por mujeres, y que de diferentes se le conocieron tres hijos (conforme voz común del pueblo), y que no pocos disgustos le costó en cierto tiempo verse libre de él porque primero dio no sólo en pretender por prisión de sus ojos sino en decirle finísimos requiebros; pero que de don Gregorio siempre oyó mil virtudes: pintósele discreto, modesto, prudente, gentilhombre, rico, docto, elocuente y de otros mil epítetos honrosos le hizo digno. Lloró Mitilene su infeliz suerte; pero como lo que primero se quiere es sello que se imprime y difícilmente el entendimiento lo dimite y excluye, no por eso borró de lo interior de su pecho el buen concepto que de su querido don Lope siempre tuvo. Pero como sucedió el irse sin él despedirse y fueron terribles los impulsos de su tío y continuos los consejos de Nise, hubo de conceder en el desposorio que le propusieron con don Gregorio.
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+ Vino en fin como novio lucidísimo por ver el ídolo de todo su contento: entretúvose cortés don Pedro; festejóle en lo exterior Mitilene porque no tuviese del interior disgusto indicios; pero en lo mejor de los dulces conceptos y tiernos coloquios entró el triste don Lope. No osó por el tío descubrirse, pero encubierto lo oyó todo: disimuló lo que pudo y procuró volverse; pero estorbóselo un sudor frío que como menudo rocío le ocupó los miembros todos de suerte que le fue imposible. Y si en los ojos de Mitilene que le divisó (puesto que les dio poco crédito) no viese vislumbres de sentimiento y un tierno y dulce esplendor, como pidiéndole con ellos humilde perdón del cometido yerro, no dudó de que el repentino dolor y susto le destruyese y pusiese en los últimos términos del vivir; pero como no pudo el vehemente dolor (por el presuroso socorro y pío remedio) vencer del todo los interiores espíritus, se vio en él otro repentino efecto, y fue romper de colérico en un vivo fuego con suspiros tristes, terribles extremos, exteriores movimientos del rostro y ceño. Y si es cierto que por los ojos se escriben los que bien se quieren, y que no es difícil poderlos entender los diestros, Mitilene y Nise en los de don Lope visiblemente vieron que de este modo se quejó diciendo:
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+
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+ -Cruel Mitilene, mentiroso cocodrilo, lumbre un tiempo de mis ojos, norte de mis sentidos un tiempo, firme escollo entonces, templo de perfección, ídolo querido de mi espíritu; y en un mes, que es de tiempo un momento, un soplo, noche triste de mis gustos, buido cuchillo de mis contentos. ¿Qué ímpetu furioso o qué ligero viento pudo cruel divertirte del prometimiento firme de consorcio que primero me hiciste? ¿Quién pudo de mí, triste, divertirte? ¿No eres tú quien por escrito en un curioso listón me dijiste soy de don Lope? ¿No fui yo tu querido esposo en el recíproco deseo? ¿No fui de todo tu contento el felice objeto? ¿Quién fue, pues, el que te mudó? ¿Quién el que te obligó o forzó que de tu honesto pecho me excluyeses? ¿Pero qué mucho, Mitilene, si eres mujer y yo, infelice, no pude en un mes verte?
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+ Todo lo notó Nise y temiendo no se descubriese su enredo si don Lope y Mitilene pudieren verse solos, buscó modo como decirle que se fuese primero que lo viese don Pedro, su tío, y entendiese su intento; pero que si quisiese vencer de Mitilene el rigor y que se deshiciese el concierto hecho del desposorio, fingiesen los dos quererse en extremo, y de breve en breve tiempo se viesen y se escribiesen sutiles primores y conceptos porque el furor de los terribles celos rehiciese lo que su retiro deshizo; y Mitilene, conociendo bien el riesgo de perderle, viéndole querido objeto de otros ojos, se resolviese, por el envidioso efecto, en quererle por su esposo. Con este embeleco pretendió Nise disponer en el pecho de don Lope unos principios de odio y, con fingidos chismes, el desprecio de Mitilene, e introducido de su intento y designio, sustituirse firme en quererle; pero él, confuso con lo que vio y sospechoso con lo que oyó, se fue luego y consigo propuso de vencer todos los inconvenientes que se le ofreciesen y verse con Mitilene, por no morir sin el consuelo de poder decirle su dolor, que suele un triste divertirse con el mismo tormento de que muere y un hidrópico recibir breve consuelo y refrigerio con el beber que le consume; y por este respeto quiso entender y discernir qué delitos en él hubiese dignos del excesivo rigor de no quererle y elegir nuevo esposo. Con este deseo pues (perdido por los celos del decoro), se escondió en su vergel de noche, subiendo sin mucho riesgo por el muro, pues empezó por los hierros del mismo postigo y sitio donde los dos se vieron otro tiempo rindiéndose dulces y conceptuosos requiebros; pero guiólo su destino de modo que le vio subir y sintió esconder Mitilene, respecto de no ser muy obscuro y el nocturno silencio. Y puesto que por el riguroso informe de Nise estuvo por no verle ni oírle, con todo, los fervorosos impulsos del pecho no se los consintieron: ¡terrible riesgo y exceso en mujer noble! Llegóse en fin y determinóse (que todo lo emprende un firme querer), resuelto; y hechos fuentes los ojos de uno y otro, propusieron con enojos sus delitos, y entre sí confirieron sus deméritos; pero diéronse brevemente por libres porque les constó que ni en el uno ni en el otro hubo sino un firme, honesto y recíproco querer sin riesgo de olvido ni menos elección o pretensión de nuevo consorcio por gusto propio, pero todo por el opuesto de Nise conducido.
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+ Con increíble contento quedó Mitilene de ver el noble proceder de don Lope y en retribución de su honroso y primoroso término votó y juró de unirse con él en el indisoluble vínculo del Himeneo y de no retroceder de ese intento, puesto que su riguroso tío, por diversos respetos, no lo consintiese, o él y Nise quisiesen que fuese mujer de don Gregorio. Don Lope lo remuneró con prometerle de ser siempre suyo y de verse con Nise y pedirle cortésmente no quisiese impedir de los dos los honestos deseos. Con esto se despidieron por entonces. Fuese don Lope y en su domicilio, según dicen curiosos que se los debieron de oír, celebró con estos sonoros versos en un músico instrumento su felice suceso:
71
+
72
+ ¿Qué mucho mi fe sintiese,
73
+ mi bello sol, tu rigor,
74
+ si en peligro vi mi honor,
75
+ si temí que te perdiese?
76
+ ¿Qué mucho que en mi creciese
77
+ el vivo incendio en recelos
78
+ si vi perder mis desvelos,
79
+ y viendo mi honor perdido
80
+ me vi sin ti, sin sentido
81
+ y sin socorro en mis celos?
82
+ Que puesto que yo en tus ojos
83
+ de mi honor vi los reflejos
84
+ no presumí que de lejos
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+ viese en ellos sino enojos.
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+ Pero si los desenojos
87
+ yo mismo los escuché,
88
+ revivir puede mi fe.
89
+ Dese el temor por vencido,
90
+ pues que victorioso he sido
91
+ y de celos me libré.
92
+
93
+
94
+ Buscó después modo de poder verse con Nise en su domicilio, y conseguido (que no fue muy difícil, pidiéndoselo primero por un billete), le rogó con sumisión y primoroso estilo no quisiese ser cruel con ellos ni obscurecer sus conformes designios; que se doliese de sus desconsuelos y que con su tío deshiciese los conciertos de don Gregorio con Mitilene. Mostrósele reconocido de que en él pusiese sus hermosos ojos, pero certificóle ser imposible contribuir él con el debido culto y feudo por tener Mitilene el dominio de sus ojos y de sus sentidos y residir en lo interior de su espíritu. No pudo Nise en este conflicto riguroso encubrir el sentimiento, ni menos retener ni reprimir el húmedo corriente de sus hermosos luceros; pero oyendo en este ínter golpes y sintiendo gente y entendiendo que fuese don Pedro, su tío, los dos, por encubrirse mejor de que no los viese, se escondieron en el mismo retrete de Nise que, prosiguiendo y rompiendo en dolorosos suspiros, de este modo se quejó del inocente don Lope y de su riguroso destino diciendo:
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+
96
+ -¿Dónde se vio ni oyó en el mundo hombre fementido, cruel e insensible este injusto proceder, este resuelto y defectuoso término ni con mujer de mi suerte este vil desprecio? De bronce debes de ser, infiel, o de terrible tigre debiste de recibir en tu niñez el pecho. ¿Es mejor que yo Mitilene? ¿No te rendí yo primero el invencible fuerte de mis deseos? ¿No te lo escribí de lejos con los veloces correos de mis ojos? Y después, ellos mismos, mil veces tiernos, húmedos, llorosos y en perennes fuentes convertidos ¿no te lo dijeron? ¿No leíste en diferentes tiempos, entre el rosicler y nieve de mi rostro, de tu rigor los efectos? ¡Oh terrible destino mío! ¡Oh insufrible e infelice suerte!
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+
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+ De este modo se quejó Nise, y sus voces, suspiros y sollozos fueron de suerte que, divirtiéndose don Pedro su tío por el corredor del retrete, los oyó y dudoso de quién fuese dellos motivo, colérico y con el estoque desnudo entró dentro. Confuso quedó don Lope en verle; pero cobróse presto lo mejor que pudo y fue bien menester todo su brío porque se vio en peligro de ser muerto y no en menor peligro Nise. Pero él, como noble, sirviéndole de escudo, tomó sobre sí todo el riesgo, y con esfuerzo gentil resistió todo el ímpetu y furor de don Pedro, e hiriéndole en el pecho, hizo que presto se fuese por do entró. Pero él, no pudiendo de otro modo volver por su honor, echó presto el cerrojo y los cerró en el retrete mismo. Procuró Mitilene vencer o disminuir prudente su enojo, pero no le fue posible porque luego hizo que, por un billete que en su nombre llevó un escudero, supiese el Corregidor todo el suceso y que con gente viniese y de todo diese por sus ojos fe como muy en breve lo hizo. Y viendo los presos del retrete les tomó luego su confesión. Pero don Lope dijo que, sin querer ofender el noble domicilio de don Pedro, entró en él con el consentimiento de Nise porque le fue forzoso pedirle diese orden cómo se deshiciese cierto enredo. Pero Nise, en cuyo pecho siempre se conservó luminoso y vivo el celoso incendio, por no perder el venturoso envite del destino en el confuso juego del tiempo, respondió que don Lope entró con título de su esposo y que si se lo consintió fue por este respeto y por pedírselo por un billete. Pero no pudiendo sufrirlo Mitilene se encolerizó de modo que perdiendo el honesto y virgíneo encogimiento y rompiendo por el respeto del tío, dijo:
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+
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+ -Eso de esposo no puedo yo consentir, Nise, porque lo es mío don Lope; y si entró en tu retrete no puedo creer que fue sino por mi respeto y no por el tuyo como dices, cocodrilo fingido, porque tus enredos debieron de ser motivo de todo este suceso; perdóneme mi tío si le pierdo el respeto y vénguese en mí si quisiere con mi muerte porque en este conflicto no puedo menos ni es bien encubrir lo que siento porque se opone mi honor, que es primero, y Nise con sus embustes quiere poseer el bien que yo poseo o poseer espero.
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+
102
+ -¿Cómo puede ser eso -respondió don Pedro- si tu esposo es don Gregorio? Y si con efecto no, bien podemos decir que lo es pues te lo prometió, presente yo, y yo se lo prometí por tí y en tu nombre, y tú consentiste que él con ese título te viese.
103
+
104
+ Confuso se vio el Corregidor, pero pidiendo el billete se le dio Nise. Leyóle luego y ordenó que don Lope fuese puesto en prisión en un fuerte o torre, y Nise en depósito en un convento, y que don Pedro estuviese libre, pero que Mitilene tuviese por prisión su mismo domicilio y que él fuese su custodio fiel y confidente, y que de todo se hiciese proceso. Hízose todo como lo ordenó, y prosiguiendo después don Gregorio en su intento del pretendido desposorio con Mitilene, supo por voz del pueblo todo lo sucedido y se dio por ofendido porque, confiriéndolo con Mitilene, conoció un resuelto despego y en don Pedro, su tío, un proceder indiferente y confuso porque no osó decirle de sí ni de no por términos expresos, pero sólo le dijo que con Mitilene lo hubiese, y que si se eximiese de lo prometido le pusiese pleito, por donde se resolvió en seguir su consejo, como lo hizo, oponiéndose segundo pretensor del bello sol de Mitilene. Pero el pleito duró cinco o seis meses y fue no poco reñido. Pero lo que se sentenció fue que, visto don Lope ser cogido entreteniéndose con Nise en su mismo retrete, sitio sospechoso, y sin consentimiento de don Pedro, su tío, y el sucinto billete que escribió, de donde se pudo inferir oculto dolo, según los indicios, todo en deshonor de don Pedro y su noble progenie, se despose el dicho don Lope con Nise y que don Gregorio se despose con Mitilene, pues por los testigos constó de su consentimiento en los conciertos hechos.
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+
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+ Todos se dieron por descontentos de lo que se sentenció, si no fue don Gregorio que con extremos celebró el verse de Mitilene repetido dueño, y Nise que, con verse en convento, sublimó con subidos hipérboles su contento. Pero fue teniendo por certísimo que don Lope, por no morir en prisión, quisiese ser su esposo. Pero él se tuvo por muy poco venturoso, y estuvo en peligro de serlo menos porque tuvo votos de que muriese por el delito, por el riesgo en que estuvo don Pedro, que ninguno juzgó que viviese por lo mucho que penetró el estoque. Y en fin se resolvió en elegir primero morir que vivir sin su Mitilene y en consorcio con Nise. Contribuyóle Mitilene con los mismos excesos de disgusto y sentimiento, porque con el intenso dolor convirtió en perennes fuentes sus hermosos ojos, teniéndose en todo por infelice, y tuvo impulsos de con mortífero veneno prevenir su muerte primero que tuviese efecto el desposorio de Nise con su don Lope. Pero eligiendo, como prudente, mejor medio y consejo, se deliberó en verse con él (si le fuese posible) en el fuerte de su cruel prisión, de noche, como lo hizo; y no le fue muy difícil el conseguirlo, porque con pocos doblones que sembró entre los porteros y confidentes ministros (simiente de que muy presto se suele coger el fruto, y unción de misterioso temple con que les untó los dedos), les templó el rigor; y no sólo entró pero oyó que le dijeron que como fuese de noche, fuese mil noches si quisiese.
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+ Entró en fin, y viéndose con su querido don Lope, después que con honestos indisolubles nudos le significó el contento de verle, en sucintos términos, por no perder tiempo, de este modo le dijo:
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110
+ -Mi bien, querido esposo y señor, si quieres que contigo me despose, si lo pretendes, y por mi infelice destino no lo desmerezco, te suplico que no me repliques ni divertirme procures de lo que pedirte quiero. Oye, señor mío, mi pretensión no frustres, ni tibio o tímido desprecies mi justo intento: estos vestidos míos femeniles que sobre otros viriles de mi tío (sin que él o Nise lo supiesen) me puse, sobre esos tuyos te viste. Permíteme, dueño mío, se logre el venturoso efecto de lo que te suplico, y que yo en este triste fuerte en tu nombre me quede, y tú en el mío por este postigo burles los intentos terribles de Nise y de nuestros poderosos opositores.
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+ No podré referir el noble término ni el elocuente estilo con que prudente y primoroso se excusó don Lope, y como industrioso, discursivo, circunspecto y vivo, discreto y fino procuró vencer de Mitilene los fervorosos deseos, proponiéndole los inconvenientes y riesgos de infortunios; pero venció Mitilene, porque instó con el retórico estilo el de sus hermosos ojos, pidiéndoselo con vertientes de copiosísimo rocío.
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+
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+ Quedóse en fin en el fuerte, y don Lope se fue libre porque con el rebozo mujeril y ser de noche, no hubo quien se lo impidiese y se recogió en cierto cortijo suyo, no muy lejos de Toledo, donde llegó (puedo decir) que sin espíritu, porque se le quedó con Mitilene y, con ser de noche, estuvo por ver su sol mil veces por volverse, pero detúvole el temor y recelo de su enojo, y consolóse con ofrecérsele en Eugenio, fiel sirviente del cortijo, disposición con que poderle escribir y referirle los descómodos de su retiro y sus desvelos, como lo hizo dos o tres veces, porque fingiéndose Eugenio con vestidos de don Lope, señor de título y deudo de Mitilene, con pocos escudos de oro se pudo conseguir el efecto. Referiré, por no ser molesto, sólo un soneto que le envió entre el primer billete, porque le copió cierto culto por lo que contiene de curioso, y es el siguiente:
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+
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+
117
+ Dudoso estoy si bronce soy, si hombre,
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+ pues vivo sin morir en mi tormento;
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+ ser hombre no es posible, pues no siento,
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+ y de hombre sólo tengo injusto nombre.
121
+ Bronce debo de ser, bronce me nombre
122
+ quien tuviere de hombre entendimiento;
123
+ que si vivir sin Mitilene intento
124
+ bien merezco de bronce vil renombre.
125
+ ¡Oh bello querubín, dulce bien mío!
126
+ ¿Cómo podré vivir sin tí, sin verte,
127
+ si de mí, con ser bronce, no me fío?
128
+ Pues te quiero, mis ojos, yo de suerte
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+ que en el fuego del pecho el bronce es río
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+ y puede ser el río de mi muerte.
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+
133
+ Mitilene lo celebró en extremo y respondiendo por escrito, le pidió no se entristeciese ni de su prisión recibiese inquietud, poniendo los ojos en ejemplo de superiores rigores que en breve se vieron vencidos y deshechos del tiempo y del ingenio de los hombres.
134
+
135
+ Esto le escribió Mitilene entendiendo que, por mujer, brevemente venciese sus émulos, y que presto se le concediese poderse ir libre. Pero sucedió diferente todo lo que pensó, porque don Gregorio, imprudente, loco y ciego en su firme querer -que de todos se juzgó serlo en extremo por los terribles excesos de su empeño- no sólo no conoció lo terco de su principio, pero, sin inferir del suceso los peligros y riesgos de su honor, se limitó su discurso de suerte que contentísimo de ver que don Lope, su opositor, hubiese huido y que el pretendido objeto de Mitilene estuviese en el fuerte con vestidos viriles, notorios y conocidos por don Pedro su tío, infiriendo -no sé si por bien- conocer el honesto sujeto de Mitilene, que en su virgíneo honor ningún émulo pusiese el menor escrúpulo ni el sospechoso vulgo presumir pudiese detrimento, se sosegó en su pecho, y libre por entonces de estos recelos hizo que el Corregidor pusiese nuevos ministros y porteros, y que diese orden que ningún hombre ni mujer pudiese verse con Mitilene ni se le diese billete si no fuese suyo o de su tío y leído primero por los porteros y ministros, por suplicio del cometido delito; pero que si quisiese del todo eximirse y verse libre se recibiese con él conforme lo definido en el proceso.
136
+
137
+ Con exceso lo sintió Mitilene, pero no desconfió del todo, que (como prudente) supo encubrir en lo interior su dolor y disgusto; e inquiriendo en lo sutil de su entendimiento de qué modo pudiese disminuir o del todo romper el rigor de su prisión, se deliberó -si bien con riesgo infinito- en huir. Y del modo que lo intentó lo efectuó, porque por un portillo del fuerte se descolgó por los cordeles de su mismo lecho y se burló de los dormidos ministros y rigurosos émulos. Y viéndose entre el oscuro silencio libre, dio consigo en el cortijo de su querido don Lope que, incrédulo del poseído bien y dudoso de perderle, mudó luego de sitio y se recogió con su Mitilene en otro monte vecino y de éste después en Yepes, donde encubiertos residieron mucho tiempo. El Corregidor, en Toledo, bien que perseguido de don Gregorio y de don Pedro por lo mucho que sintieron el huirse Mitilene, hizo por descubrirlos terribles inquisiciones, pero no le fue posible.
138
+
139
+ Referir el exceso con que sintió Nise que don Lope se huyese téngolo por imposible, porque fue de suerte que de puro sentimiento enfermó, y del intrínseco dolor o furor de los celos se fue consumiendo de modo que se vio en peligro de morir y dio en unos delirios vehementísimos, por donde no consintieron los médicos que residiese en el convento y fue forzoso que su tío don Pedro diese orden de que en su propio domicilio estuviese, y en él recibiese todos los remedios convenientes. Pero después de muchos que no fueron de provecho, fue Dios servido que mejoró (que el remedio del tiempo suele ser el mejor récipe). Y porque se divirtiese de sus tristes suspensiones e inquietudes -que muchos dijeron ser hechizos, siendo sólo un intrínseco y vehemente incendio, procedido de lo refino de un bien querer, desentendiólo de su objeto y sin ánimo[1] de recíproco tributo- le trujo don Pedro, su tío, por eminente doctor un egipcio de éstos que sin serlo con invenciones y embelecos y con título de pobres corren todo el mundo. Éste, pues, que como diestro invencionero primero se informó del origen de su dolor, empezó por referirle el nombre de don Lope, y conociéndole en los ojos ser nombre de virtud, dijo que con pocos nombres, números y signos que él escribiese con cierto licor en un poquito de cuero curtido de puercoespín, y con que Nise los trujese junto del pecho, si en menos de un mes don Lope no viniese, no sólo no le creyesen si otros remedios diese, pero que le diesen mil muertes por suplicio de su delito. Diole Nise un doblón porque los escribiese y respondió que lo diese por hecho si el cuero del puercoespín se pudiese descubrir y pidióle se divirtiese en entretenimientos de gusto y diferentes juegos y se entretuviese en oír sonoros instrumentos y voces de selectos músicos, porque de este modo dispuesto el sujeto, el remedio surtiese mejor efecto, y que si quisiese ver de sus juegos, y sin interés ninguno, cinco o seis brincos de voleo diferentes y muy curiosos, se lo dijese. Dijo Nise que sí y él, pidiendo un ferreruelo, se tendió en el suelo y luego sobre los buidos extremos de dos estoques que sobre él puso en cruz, hizo con otro entre los dientes sus voleos o brincos con ligerísimo curso y gusto increíble de los presentes. Pero en el postrero le fue infelice su destino porque del pecho, sin verlo él ni sentirlo, se le descosió o desenvolvió otro brinco o joyel de oro que de todos fue visto entre los estoques del suelo; pidiéndole Nise (por verle mejor porque le contentó por lo curioso) conoció ser el mismo cupido de oro y rubíes que Mitilene recibió de don Lope en retorno del bolsillo, como en el principio dijimos.
140
+
141
+ Publicóse luego el hurto y don Pedro dio orden de que el egipcio fuese preso si no dijese lo cierto en todo: quién se lo dio o dónde le hubo, porque negó fuertemente y dijo que le compró en Burgos. Pero convenciéronle presto, porque él mismo, con miedo de ser preso, se equivocó y dijo que no quiso decir sino Burguillos porque en este pueblo se le dio cierto señor heredero. Pero mintió en todo porque el nombre que él refirió del heredero fue supuesto y fingido por ser muy conocidos en Toledo los de este pueblo; pero viéndose en el preciso riesgo y temiendo ser por este hurto y por otros puesto en tres leños si no dijese lo cierto, confesó que en Yepes le hurtó, y que en ciertos floreos que hizo en el domicilio de cierto hombre humilde le hubo de su mujer con cierto embeleco.
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143
+ Diéronle todos crédito, y permitiéronle se pudiese ir libre donde quisiese. Y Nise, prendiendo de un cordón color celeste en un botón del jubón el cupido de oro, le puso como joyel sobre el pecho, y en él fijos sus hermosos ojos (bien que los del espíritu en don Lope) por mejor divertirse y disminuir su tormento, siguiendo del egipcio el consejo, pidió un músico instrumento, y en él (si curiosos no mienten) con los dulces quiebros de su voz, por lo fino y primoroso del concierto, elevó de los oyentes los sentidos lo sonoro de los versos:
144
+
145
+ Niño Dios, ciego Cupido,
146
+ mi niño de oro, mi bien,
147
+ ¿cómo es esto, tú en prisiones?
148
+ Es querer que yo lo esté.
149
+ ¿Qué fue, niño, tu designio?
150
+ ¿Quieres el ídolo ser
151
+ de este templo de mi pecho?
152
+ Tuyo es siempre ¿no lo ves?
153
+ Si por el oro y rubíes
154
+ culto quieres pretender,
155
+ rubíes son sus primores,
156
+ mejor oro el de su fe.
157
+ Siempre del niño te puse
158
+ trono en mi pecho y dosel,
159
+ y tú siempre con él fuiste
160
+ ciego dios, injusto juez.
161
+ Pero no quiero ofenderte,
162
+ pues sin quererte ofender
163
+ de suerte me destruiste
164
+ que fue suerte el querer bien.
165
+ Porque si perdí el sentido
166
+ por quien no me quiere bien
167
+ ¿qué suerte como perderle
168
+ perdiéndome yo por él?
169
+ Pero si en mis ojos, niño,
170
+ tus ojos quieres ceder,
171
+ yo sé bien que con ser ciegos
172
+ los suyos rendir podré.
173
+ Que sin los tuyos, chiquillo,
174
+ bien sé que imposible es,
175
+ pues por los de Mitilene
176
+ ciego vive el infiel.
177
+ Luego que su nombre supe
178
+ mi suerte infeliz juzgué,
179
+ y entre mí dije: don Lope,
180
+ nombre de crueles es.
181
+ Pero el mío, que es de Nise,
182
+ peor mucho debe ser,
183
+ pues ni sé si por él muero
184
+ ni sé si vivo por él.
185
+ ¡Oh si feneciese el tiempo
186
+ del rigor y del desdén,
187
+ y en sus ojos ver pudiese
188
+ desempeños de mi fe!
189
+ ¿En qué le ofendí, bien mío,
190
+ o de qué tu enojo es,
191
+ si con él siempre fui firme
192
+ y él conmigo no lo fue?
193
+ Cese tu rigor, mi niño,
194
+ cese tu rigor, pues ves,
195
+ que si mi pecho encendiste
196
+ podré consumirte en él.
197
+
198
+
199
+ Retiróse Nise, y don Pedro hizo luego con el Corregidor que diese orden como de Yepes viniesen presos Mitilene y don Lope, como muy en breve se hizo, porque los cogieron de repente y con poco ruido. Y queriendo el Corregidor que los pusiesen en el Puesto, sitio común de los presos de Toledo, no lo consintió don Pedro, y pidió les diese por prisión su propio domicilio, como se hizo, porque él se entregó de ellos como fiel custodio y confidente; y por si lo impidiesen Nise o don Gregorio se obligó con sus juros y vínculos de responder por ellos y cumplir lo que en juicio se decidiese.
200
+
201
+ Usó de estos honrosos términos don Pedro por entender que con ellos convenciese los unidos designios de los reos y los pudiese dividir, teniéndolo por mejor que no que en consorcio se uniesen respecto del intrínseco odio que siempre tuvo con los progenitores de don Lope. Procurólo por mil modos, rogóselo ofreciéndole riquísimos dones y subidos intereses, probó períodos de rigor, mezcló tiernos sentimientos, hiciéronlos excesivos Nise y don Gregorio viendo perecer sin remedio sus fervorosos intentos y pretensiones. Pero los dos ilustres presos, unidos y conformes en su firme y eminente querer, siempre resistieron firmes, siempre finos y nobles. Y viéndolos don Pedro resueltos y ser imposible convencerlos, mudó su intento y se deliberó en consentirles su consorcio, si conformes Nise y don Gregorio, y uniéndose primero en el dichoso vínculo del himeneo, se lo permitiesen. Pidióselo con excesivos ruegos. Y don Gregorio, vuelto en su libre discurso, viendo ser imposible desdecirse Mitilene y el peligro y riesgo terrible de su honesto crédito dudoso, y en opinión del vulgo su virgíneo honor (puesto que le tuviese y se desdijese), vino en ello, si bien con indicios de poco gusto. Pero Nise, rompiendo en dos copiosísimos ríos que divirtió entre el hermoso rosicler y nieve de su rostro, respondió que pues por ser infelice y poco venturoso destino no mereció unirse en felice consorcio con don Lope que fue el primer hombre que en su noble pecho y honestos ojos tuvo dominio, no le permitiese el cielo escoger otro hombre por esposo que el mejor de los hombres, Cristo Señor Nuestro. En esto se deliberó, y con resolución ilustre y excelente en muy breve tiempo entró en religión en el mismo convento donde estuvo. Y despidiéndose primero de Mitilene y de don Lope, con tiernos coloquios (si bien con gozo interior de su mejor elección) les dio su cupido de oro y les pidió mil perdones de lo mucho que por su respecto sufrieron de disgustos, tormentos y descomodos. Y porque viviesen ricos y con gusto por público instrumento les dotó todo lo que de sus progenitores heredó en censos, que fueron poco menos de doce mil escudos, y sólo exceptuó un vínculo de quinientos escudos perpetuos de buen cobro, de que se cumplió su dote y se desempeñó el convento. Y enterneciéndose don Gregorio con este heroico ejemplo prometió seguirle, y lo cumplió, porque muy en breve entró religioso en cierto convento de Recoletos. Y todos sus bienes, que en multitud fueron pocos menos que los de Nise quiso que brevemente los hubiesen y poseyesen Mitilene y don Lope, pidiéndoles primero perdón de sus yerros y de lo mucho que por él sufrieron de prolijos descomodos e infortunios.
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+
203
+ Querer en breve referir el excesivo de Mitilene y don Lope en verse libres de sus opuestos émulos y competidores y verse señores de todos sus bienes téngolo por imposible, si no es con decir que fue infinito, porque luego dispusieron el efecto de su consorcio. Y porque del todo fuese venturoso, don Pedro fue el primero que se lo suplicó y solicitó porque no sólo los perdonó e hizo que lo mismo hiciese el Corregidor, sino que les dotó de presente los dos tercios de todos sus bienes, censos, vínculos y muebles con que viviesen juntos, y que por su muerte libremente los poseyesen todos. Con que tuvieron felicísimo fin sus inquietudes y persecuciones y venturoso suceso los honestos progresos del eminente incendio de sus pechos y de lo fino su firme unión en sufrir y bien quererse.
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+
205
+ Este, señor don Diego, es el discurso que de los dos Soles de Toledo prometí referiros; suplid, como prudente, los yerros de mi tosco pincel y corto ingenio, que conociéndolos yo primero dejo (por no seros molesto) de descubrir por extenso los diversos juegos y donosos entretenimientos, los insignes regocijos y curiosos festines que el noble concurso de los señores e ilustres jóvenes de Toledo con el de sus femeniles y peregrinos sujetos o hermosos querubines hicieron en este célebre desposorio. Y dejo por lo mismo de referir por menor multitud de heroicos y líricos versos que con mil primores en honor y decoro de los felices consortes compusieron selectos cisnes y eruditos ingenios y se repitieron en músicos instrumentos. Pero si excedí por difuso o perdí por prolijo, discúlpeme el fervoroso deseo que es de serviros y de que os gocéis y contéis por felices siglos, prósperos siempre y libre de críticos émulos, los sucesos; superiores siempre y libre de envidiosos cultos, los contentos. De este pobre domicilio, hoy Lunes.
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1
+ AL CONDE DE LEMOS, PRESIDENTE DE INDIAS.
2
+
3
+ Bien sé que a los ojos de V. Excelencia es más endemoniado el autor que el sujeto; si lo fuere también el discurso habré dado lo que se esperaba de mis pocas letras, que amparadas, como dueño, de V. Excelencia y su grandeza, despreciarán cualquier temor. Ofrézcole este discurso del alguacil endemoniado (aunque fuera mejor y más propriamente, a los diablos mismos): recíbale V. Excelencia con la humanidad que me hace merced, así yo vea en su casa la succesión que tanta nobleza y méritos piden.
4
+
5
+ Esté advertida V. Excelencia que los seis géneros de demonios que cuentan los supersticiosos y los hechiceros (los cuales por esta orden divide Pselo en el capítulo once del libro de los demonios) son los mismos que las órdenes en que se destribuyen los alguaciles malos. Los primeros llaman leliurios, que quiere decir ígneos; los segundos aéreos; los terceros terrenos; los cuartos acuáticos; los quintos subterráneos, los sextos lucífugos, que huyen de la luz. Los ígneos son los criminales que a sangre y fuego persiguen los hombres; los aéreos son los soplones que dan viento; ácueos son los porteros que prenden por si vació o no vació sin decir "¡agua va!", fuera de tiempo, y son ácueos con ser casi todos borrachos y vinosos; terrenos son los civiles que a puras comisiones y ejecuciones destruyen la tierra; lucífugos los rondadores que huyen de la luz, debiendo la luz huir dellos; los subterráneos, que están debajo de tierra, son los escudriñadores de vidas y fiscales de honras, y levantadores de falsos testimonios, que de bajo de tierra sacan qué acusar, y andan siempre desenterrando los muertos y enterrando los vivos.
6
+
7
+ AL PÍO LECTOR.
8
+
9
+ Y si fuéredes cruel y no pío, perdona, que este epíteto, natural del pollo, has heredado de Eneas. Y en agradecimiento de que te hago cortesía en no llamarte benigno lector, advierte que hay tres géneros de hombres en el mundo: los unos que, por hallarse ignorantes, no escriben, y estos merecen disculpa por haber callado y alabanza por haberse conocido; otros que no comunican lo que saben: a estos se les ha de tener lástima de la condición y envidia del ingenio, pidiendo a Dios que les perdone lo pasado y les enmiende lo por venir; los últimos no escriben de miedo de las malas lenguas: estos merecen reprehensión, pues si la obra llega a manos de hombres sabios, no saben decir mal de nadie; si de ignorantes, ¿cómo pueden decir mal, sabiendo que si lo dicen de lo malo lo dicen de sí mismos, y si del bueno no importa, que ya saben todos que no lo entienden? Esta razón me animó a escribir el sueño del Juicio y me permitió osadía para publicar este discurso. Si le quisieres leer, léele, y si no, déjale, que no hay pena para quien no le leyere. Si le empezares a leer y te enfadare, en tu mano está con que tenga fin donde te fuere enfadoso. Solo he querido advertirte en la primera hoja que este papel es sola una reprehensión de malos ministros de justicia, guardando el decoro que se debe a muchos que hay loables por virtud y nobleza; poniendo todo lo que en él hay debajo la corrección de la Iglesia Romana y ministros de buenas costumbres.
10
+
11
+
12
+ DISCURSO.
13
+
14
+ Fue el caso que entré en San Pedro a buscar al licenciado Calabrés, clérigo de bonete de tres altos hecho a modo de medio celemín, orillo por ceñidor y no muy apretado, puños de Corinto, asomo de camisa por cuello, rosario en mano, disciplina en cinto, zapato grande y de ramplón y oreja sorda, habla entre penitente y disciplinante, derribado el cuello al hombro como el buen tirador que apunta al blanco, mayormente si es blanco de Méjico o de Segovia, los ojos bajos y muy clavados en el suelo, como el que cudicioso busca en él cuartos, y los pensamientos tiples, color a partes hendida y a partes quebrada, tardón en la mesa y abreviador en la misa, gran cazador de diablos, tanto que sustentaba el cuerpo a puros espíritus. Entendíasele de ensalmar, haciendo al bendecir unas cruces mayores que las de los malcasados. Traía en la capa remiendos sobre sano, hacía del desaliño santidad, contaba revelaciones, y si se descuidaban a creerle, hacía milagros. ¿Qué me canso? Este, señor, era uno de los que Cristo llamó sepulcros hermosos por de fuera, blanqueados y llenos de molduras, y por de dentro pudrición y gusanos, fingiendo en lo exterior honestidad, siendo en lo interior del alma disoluto y de muy ancha y rasgada conciencia. Era, en buen romance, hipócrita, embeleco vivo, mentira con alma y fábula con voz. Halléle en la sacristía solo con un hombre que atadas las manos en el cíngulo y puesta la estola descompuestamente, daba voces con frenéticos movimientos.
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16
+ -¿Qué es esto?- le pregunté espantado.
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+ Respondióme:
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20
+ -Un hombre endemoniado-, y al punto, el espíritu que en él tiranizaba la posesión a Dios, respondió:
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22
+ -No es hombre, sino alguacil. Mirad cómo habláis, que en la pregunta del uno y en la respuesta del otro se vee que sabéis poco. Y se ha de advertir que los diablos en los alguaciles estamos por fuerza y de mala gana; por lo cual, si queréis acertar, debéis llamarme a mí demonio enaguacilado, y no a éste alguacil endemoniado. Y avenísos tanto mejor los hombres con nosotros que con ellos cuanto no se puede encarecer, pues nosotros huimos de la cruz y ellos la toman por instrumento para hacer mal. ¿Quién podrá negar que demonios y alguaciles no tenemos un mismo oficio, pues bien mirado nosotros procuramos condenar y los alguaciles también; nosotros que haya vicios y pecados en el mundo, y los alguaciles lo desean y procuran con más ahínco, porque ellos lo han menester para su sustento y nosotros para nuestra compañía. Y es mucho más de culpar este oficio en los alguaciles que en nosotros, pues ellos hacen mal a hombres como ellos y a los de su género, y nosotros no, que somos ángeles, aunque sin gracia. Fuera desto, los demonios lo fuimos por querer ser más que Dios y los alguaciles son alguaciles por querer ser menos que todos. Así que por demás te cansas, padre, en poner reliquias a este, pues no hay santo que si entra en sus manos no quede para ellas. Persuádete que el alguacil y nosotros todos somos de una orden, sino que los alguaciles son diablos calzados y nosotros diablos recoletos, que hacemos áspera vida en el infierno.
23
+
24
+ Admiráronme las sutilezas del diablo. Enojóse Calabrés, revolvió sus conjuros, quísole enmudecer, y al echarle agua bendita a cuestas comenzó a huir y a dar voces, diciendo:
25
+
26
+ -Clérigo, cata que no hace estos sentimientos el alguacil por la parte de bendita, sino por ser agua. No hay cosa que tanto aborrezcan, pues en su nombre (se llama alguacil) es encajada una l enmedio, y porque acabéis de conocer quién son y cuán poco tienen de cristianos, advertid que de pocos nombres que del tiempo de los moros quedaron en España, llamándose ellos merinos, le han dejado por llamarse alguaciles (que alguacil es palabra morisca), y hacen bien, que conviene el nombre con la vida y ella con sus hechos.
27
+
28
+ -Eso es muy insolente cosa oírlo -dijo furioso mi licenciado-, y si le damos licencia a este enredador, dirá otras mil bellaquerías y mucho mal de la justicia porque corrige el mundo y le quita, con su temor y diligencia, las almas que tiene negociadas.
29
+
30
+ -No lo hago por eso -replicó el diablo-, sino porque ése es tu enemigo que es de tu oficio. Y ten lástima de mí y sácame del cuerpo deste alguacil, que soy demonio de prendas y calidad, y perderé dempués mucho en el infierno por haber estado acá con malas compañías.
31
+
32
+ -Yo te echaré hoy fuera -dijo Calabrés- de lástima de ese hombre que aporreas por momentos y maltratas, que tus culpas no merecen piedad ni tu obstinación es capaz della.
33
+
34
+ -Pídeme albricias-respondió el diablo- si me sacas hoy. Y advierte que estos golpes que le doy y lo que le aporreo, no es sino que yo y su alma venimos acá sobre quién ha de estar en mejor lugar y andamos a "más diablo es él".
35
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+ Acabó esto con una gran risada; corrióse mi bueno de conjurador y determinóse a enmudecerle. Yo, que había comenzado a gustar de las sutilezas del diablo, le pedí que, pues estábamos solos y él como mi confesor sabía mis cosas secretas y yo como amigo las suyas, que le dejase hablar, apremiándole solo a que no maltratase el cuerpo del alguacil. Hízose así, y al punto dijo:
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+ -Donde hay poetas, parientes tenemos en corte los diablos, y todos nos lo debéis por lo que en el infierno os sufrimos, que habéis hallado tan fácil modo de condenaros que hierve todo él en poetas y hemos hecho una ensancha a su cuartel; y son tantos que compiten en los votos y elecciones con los escribanos. Y no hay cosa tan graciosa como el primer año de noviciado de un poeta en penas, porque hay quien le lleva de acá cartas de favor para ministros, y créese que ha de topar con Radamanto y pregunta por el Cerbero y Aqueronte y no puede creer sino que se los esconden.
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+ -¿Qué géneros de penas les dan a los poetas?-repliqué yo.
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+ -Muchas -dijo- y propias. Unos se atormentan oyendo las obras de otros, y a los más es la pena el limpiarlos. Hay poeta que tiene mil años de infierno y aún no acaba de leer unas endechillas a los celos. Otros verás en otra parte aporrearse y darse de tizonazos sobre si dirá faz o cara. Cuál, para hallar un consonante, no hay cerco en el infierno que no haya rodado mordiéndose las uñas. Mas los que peor lo pasan y más mal lugar tienen son los poetas de comedias, por las muchas reinas que han hecho, las infantas de Bretaña que han deshonrado, los casamientos desiguales que han hecho en los fines de las comedias y los palos que han dado a muchos hombres honrados por acabar los entremeses. Mas es de advertir que los poetas de comedias no están entre los demás, sino que, por cuanto tratan de hacer enredos y marañas, se ponen entre los procuradores y solicitadores, gente que solo trata deso. Y en el infierno están todos aposentados con tal orden, que un artillero que bajó allá el otro día, queriendo que le pusiesen entre la gente de guerra, como al preguntarle del oficio que había tenido dijese que hacer tiros en el mundo, fue remitido al cuartel de los escribanos, pues son los que hacen tiros en el mundo. Un sastre, porque dijo que había vivido de cortar de vestir, fue aposentado en los maldicientes. Un ciego, que quiso encajarse con los poetas, fue llevado a los enamorados, por serlo todos. Otro que dijo: "Yo enterraba difuntos", fue acomodado con los pasteleros. Los que venían por el camino de los locos ponemos con los astrólogos, y a los por mentecatos con los alquimistas. Uno vino por unas muertes y está con los médicos. Los mercaderes, que se condenan por vender, están con Judas. Los malos ministros, por lo que han tomado, alojan con el mal ladrón. Los necios están con los verdugos. Y un aguador que dijo que había vendido agua fría, fue llevado con los taberneros. Llegó un mohatrero tres días ha, y dijo que él se condenaba por haber vendido gato por liebre, y pusímoslo de pies con los venteros, que dan lo mismo. Al fin todo el infierno está repartido en partes con esta cuenta y razón.
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+ -Oíte decir antes de los enamorados, y por ser cosa que a mí me toca, gustaría saber si hay muchos.
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+ -Mancha es la de los enamorados -respondió- que lo toma todo, porque todos lo son de sí mismos; algunos de sus dineros; otros de sus palabras; otros de sus obras; y algunos de las mujeres, y destos postreros hay menos que todos en el infierno, porque las mujeres son tales que con ruindades, con malos tratos y peores correspondencias, les dan ocasiones de arrepentimiento cada día a los hombres. Como digo, hay pocos destos, pero buenos y de entretenimiento, si allá cupiera. Algunos hay que en celos y esperanzas amortajados y en deseos, se van por la posta al infierno, sin saber cómo ni cuándo ni de qué manera. Hay amantes lacayuelos, que arden llenos de cintas; otros crinitos como cometas, llenos de cabellos; y otros que en los billetes solos que llevan de sus damas ahorran veinte años de leña a la fábrica de la casa, abrasándose lardeados en ellos. Son de ver los que han querido doncellas, enamorados de doncellas con las bocas abiertas y las manos extendidas: destos unos se condenan por tocar sin tocar pieza, hechos bufones de los otros, siempre en víspera del contento sin tener jamás el día y con solo el título de pretendientes; otros se condenan por el beso, como Judas, brujuleando siempre los gustos sin poderlos descubrir. Detrás destos, en una mazmorra, están los adúlteros: estos son los que mejor viven y peor lo pasan, pues otros les sustentan la cabalgadura y ellos lo gozan.
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+ -Gente es esta -dije yo- cuyos agravios y favores todos son de una manera.
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+ -Abajo, en un apartado muy sucio lleno de mondaduras de rastro (quiero decir cuernos) están los que acá llamamos cornudos; gente que aun en el infierno no pierde la paciencia, que como la llevan hecha a prueba de la mala mujer que han tenido, ninguna cosa los espanta. Tras ellos están los que se enamoran de viejas, con cadenas; que los diablos, de hombres de tan mal gusto, aún no pensamos que estamos seguros, y si no estuviesen con prisiones Barrabás aún no tendría bien guardadas las asentaderas dellos, y tales como somos les parecemos blancos y rubios. Lo primero que con estos se hace es condenarles la lujuria y su herramienta a perpetua cárcel. Mas dejando estos, os quiero decir que estamos muy sentidos de los potajes que hacéis de nosotros, pintándonos con garra sin ser aguiluchos; con colas, habiendo diablos rabones; con cuernos, no siendo casados; y mal barbados siempre, habiendo diablos de nosotros que podemos ser ermitaños y corregidores. Remediad esto, que poco ha que fue Jerónimo Bosco allá, y preguntándole por qué había hecho tantos guisados de nosotros en sus sueños, dijo:"Porque no había creído nunca que había demonios de veras". Lo otro, y lo que más sentimos, es que hablando comúnmente soléis decir: "¡Miren el diablo del sastre!", o "¡Diablo es el sastrecillo!" ¿A sastres nos comparáis, que damos leña con ellos al infierno y aun nos hacemos de rogar para recibirlos, que si no es la póliza de quinientos nunca hacemos recibo, por no malvezarnos y que ellos no aleguen posesión "Quoniam consuetudo est altera lex", y como tienen posesión en el hurtar y quebrantar las fiestas, fundan agravio si no les abrimos las puertas grandes, como si fuesen de casa. También nos quejamos de que no hay cosa, por mala que sea, que no la deis al diablo, y en enfadándoos algo, luego decís: "¡Pues el diablo te lleve!". Pues advertid que son más los que se van allá que los que traemos, que no de todo hacemos caso. Dais al diablo un mal trapillo y no le toma el diablo, porque hay algún mal trapillo que no le tomará el diablo; dais al diablo un italiano y no le toma el diablo, porque hay italiano que tomará al diablo. Y advertid que las más veces dais al diablo lo que él ya se tiene, digo, nos tenemos.
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+ -¿Hay reyes en el infierno?- le pregunté yo, y satisfizo a mi duda diciendo:
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+ -Todo el infierno es figuras, y hay muchos, porque el poder, libertad y mando les hace sacar a las virtudes de su medio y llegan los vicios a su extremo, y viéndose en la suma reverencia de sus vasallos y con la grandeza opuestos a dioses, quieren valer punto menos y parecerlo; y tienen muchos caminos para condenarse y muchos que los ayudan, porque uno se condena por la crueldad, y matando y destruyendo es una grandeza coronada de vicios de sus vasallos y suyos y una peste real de sus reinos; otros se pierden por la cudicia, haciendo amazonas sus villas y ciudades a fuerza de grandes pechos que en vez de criar desustancian; y otros se van al infierno por terceras personas, y se condenan por poderes, fiándose de infames ministros. Y es gusto verles penar, porque como bozales en trabajos, se les dobla el dolor con cualquier cosa. Solo tienen bueno los reyes que, como es gente honrada, nunca vienen solos, sino con pinta de dos o tres privados, y a veces va el encaje y se traen todo el reino tras sí, pues todos se gobiernan por ellos. Dichosos vosotros, españoles, que sin merecerlo sois vasallos y gobernados por un rey tan vigilante y católico, a cuya imitación os vais al cielo (y esto si hacéis buenas obras, y no entendáis por ellas palacios sumptuosos, que estos a Dios son enfadosos, pues vemos nació en Betlén en un portal destruido), no cual otros malos reyes que se van al infierno por el camino real, y los mercaderes por el de la plata.
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+ -¿Quién te mete ahora con los mercaderes?- dijo Calabrés.
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+ -Manjar es que nos tiene ya empalagados a los diablos, y ahítos, y aun los vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose en castellano y en guarismo. Y habéis de saber que en España los misterios de las cuentas de los ginoveses son dolorosos para los millones que vienen de las Indias y que los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no hay renta que si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su tinta no la ahoguen. Y en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este nombre de asientos, que como significan otra cosa que me corro de nombrarla, no sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuando a lo deshonesto. Hombre destos ha ido al infierno, que viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer estanque de la lumbre, y otro quiso arrendar los tormentos, pareciéndole que ganara con ellos mucho. Estos tenemos allá junto a los jueces que acá los permitieron.
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+ -Luego ¿algunos jueces hay allá?
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+ -¡Pues no!-dijo el espíritu-. Los jueces son nuestros faisanes, nuestros platos regalados, y la simiente que más provecho y fruto nos da a los diablos, porque de cada juez que sembramos cogemos seis procuradores, dos relatores, cuatro escribanos, cinco letrados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De cada escribano cogemos veinte oficiales; de cada oficial treinta alguaciles; de cada alguacil diez corchetes; y si el año es fértil de trampas, no hay trojes en el infierno donde recoger el fruto de un mal ministro.
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+ -¿También querrás decir que no hay justicia en la tierra, rebelde a Dios, y sujeta a sus ministros?
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+ -¡Y cómo que no hay justicia! ¿Pues no has sabido lo de Astrea, que es la justicia, cuando huyendo de la tierra se subió al cielo? Pues por si no lo sabes te lo quiero contar. Vinieron la Verdad y la Justicia a la tierra; la una no halló comodidad por desnuda, ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo ansí, hasta que la Verdad, de puro necesitada, asentó con un mudo. La Justicia, desacomodada, anduvo por la tierra rogando a todos, y viendo que no hacían caso della y que le usurpaban su nombre para honrar tiranías, determinó volverse huyendo al cielo. Salióse de las grandes ciudades y cortes y fuese a las aldeas de villanos, donde por algunos días, escondida en su pobreza, fue hospedada de la Simplicidad, hasta que invió contra ella requisitorias la Malicia. Huyó entonces de todo punto y fue de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban todos quién era, y ella, que no sabe mentir, decía que la Justicia; respondíanle todos:
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+ -¿Justicia y por mi casa? Vaya por otra.
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+ Y ansí no estuvo en ninguna. Subióse al cielo y apenas dejó acá pisadas. Los hombres, que esto vieron, bautizaron con su nombre algunas varas que, fuera de las cruces, arden algunas muy bien allá, y acá solo tienen nombre de justicia ellas y los que las traen, porque hay muchos destos en quien la vara hurta más que el ladrón con ganzúa y llave falsa y escala. Y habéis de advertir que la cudicia de los hombres ha hecho instrumento para hurtar todas sus partes, sentidos y potencias que Dios les dio las unas para vivir y las otras para vivir bien. ¿No hurta la honra de la doncella, con la voluntad, el enamorado? ¿No hurta con el entendimiento el letrado que le da malo y torcido a la ley? ¿No hurta con la memoria el representante que nos lleva el tiempo? ¿No hurta el amor con los ojos, el discreto con la boca, el poderoso con los brazos (pues no medra quien no tiene los suyos), el valiente con las manos, el músico con los dedos, el gitano y cicatero con las uñas, el médico con la muerte, el boticario con la salud, el astrólogo con el cielo? Y al fin, cada uno hurta con una parte o con otra. Solo el alguacil hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, ase con las manos y atestigua con la boca; y al fin son tales los alguaciles que dellos y de nosotros defiende a los hombres la santa Iglesia Romana.
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+ -Espántome -dije yo- de ver que entre los ladrones no has metido a las mujeres, pues son de casa.
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+ -No me las nombres -respondió-, que nos tienen enfadados y cansados, y a no haber tantas allá, no era muy mala la habitación del infierno. Diéramos, para que enviúdaramos, en el infierno, mucho, que como se urden enredos, y ellas, desde que murió Medusa la hechicera, no platican otro, temo no haya alguna tan atrevida que quiera probar su habilidad con alguno de nosotros, por ver si sabrá dos puntos más. Aunque sola una cosa tienen buena las condenadas, por la cual se puede tratar con ellas: que como están desesperadas no piden nada.
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+ -¿De cuáles se condenan más, feas o hermosas?
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+ -Feas -dijo al instante- seis veces más, porque los pecados para cometerlos no es menester más que admitirlos, y las hermosas, que hallan tantos que las satisfagan el apetito carnal, hártanse y arrepiéntense, pero las feas, como no hallan nadie, allá se nos van en ayunas y con la misma hambre rogando a los hombres, y después que se usan ojinegras y cariaguileñas, hierve el infierno en blancas y rubias y en viejas más que en todo, que de envidia de las mozas, obstinadas, expiran gruñiendo. El otro día llevé yo una de setenta años que comía barro y hacía ejercicio para remediar las opilaciones y se quejaba de dolor de muelas porque pensasen que las tenía, y con tener ya amortajadas las sienes con la sábana blanca de sus canas y arada la frente, huía de los ratones y traía galas, pensando agradarnos a nosotros. Pusímosla allá, por tormento, al lado de un lindo destos que se van allá con zapatos blancos y de puntillas, informados de que es tierra seca y sin lodos.
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+ -En todo eso estoy bien -le dije-; solo querría saber si hay en el infierno muchos pobres.
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+ -¿Qué es pobres?-replicó.
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+ -El hombre -dije yo- que no tiene nada de cuanto tiene el mundo.
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+ -¡Hablara yo para mañana!-dijo el diablo-. Si lo que condena a los hombres es lo que tienen del mundo, y esos no tienen nada, ¿cómo se condenan? Por acá los libros nos tienen en blanco. Y no os espantéis, porque aun diablos les faltan a los pobres; y a veces más diablos sois unos para otros que nosotros mismos. ¿Hay diablo como un adulador, como un envidioso, como un amigo falso y como una mala compañía? Pues todos estos le faltan al pobre, que no le adulan, ni le envidian, ni tiene amigo malo ni bueno, ni le acompaña nadie. Estos son los que verdaderamente viven bien y mueren mejor. ¿Cuál de vosotros sabe estimar el tiempo y poner precio al día, sabiendo que todo lo que pasó lo tiene la muerte en su poder, y gobierna lo presente y aguarda todo lo porvenir, como todos ellos?
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+ -Cuando el diablo predica, el mundo se acaba. ¿Pues cómo, siendo tú padre de la mentira-dijo Calabrés-, dices cosas que bastan a convertir una piedra?
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+ -¿Cómo?-respondió-; por haceros mal y que no podáis decir que faltó quien os lo dijese. Y adviértase que en vuestros ojos veo muchas lágrimas de tristeza y pocas de arrepentimiento, y de las más se deben las gracias al pecado que os harta o cansa, y no a la voluntad que por malo le aborresca.
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+ -Mientes -dijo Calabrés-, que muchos santos y santas hay hoy; y ahora veo que en todo cuanto has dicho has mentido; y en pena saldrás hoy deste hombre.
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+ Usó de sus exorcismos y, sin poder yo con él, le apremió a que callase. Y si un diablo por sí es malo, mudo es peor que diablo.
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+ Vuestra Excelencia con curiosa atención mire esto y no mire a quien lo dijo; que Herodes profetizó, y por la boca de una sierpe de piedra sale un caño de agua, en la quijada de un león hay miel, y el psalmo dice que a veces recebimos salud de nuestros enemigos y de mano de aquellos que nos aborrecen.
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+ Fin del Alguacil endemoniado.
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