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Me honra y me alegra hablar en este acto conmemorativo de los setenta años de nuestra Facultad de Filosofía y Letras. Celebrarlo ha sido idea de Juliana González, nuestra directora. Hay que felicitarla y hacer pública esta felicitación. Además quiero adherirme, muy de verdad, a la Mesa Redonda en honor de Edmundo O'Gorman, amigo y en muchos puntos maestro. Celebrémoslo. Celebremos también, tal es mi tema no anunciado antes, a "Mascarones", aquel lugar --y lugar en el tiempo-- en donde estudié, donde estudiamos muchos de nosotros. No todo lo que voy a decir pertenece objetivamente --de algún modo hay que decirlo-- a aquel espacio y tiempo. Todo lo que diga ahora está asociado, para mí, con aquella Facultad de Filosofía y Letras, aquella facultad donde viví y conviví con amigos, amigas, de 1942 a 1946, fecha en que me recibí con una tesis, ignoro si todavía legible, sobre Descartes: El método y la metafísica en Descartes.
En lo que sigue aparecerán a veces algunas anécdotas. ¿Qué significado tiene aquí la palabra "anécdota"? El de una breve narración que no llega a ser chisme --o, ¿llega a serlo en algún momento?--. Pero sobre todo y creo que atendiéndome a etimologías, significa "cosa inédita" o "hacer público" cosa que suele ser una conferencia o una plática, como ésta de hoy, que no pretende ser formal. Y no es que invoque el desorden o, por mejor decirlo con mi maestro Bergson, lo que a veces llamamos desorden puede ser una forma de orden: "Il n'y a pas de désordre; il y a deux ordres". Siempre he estado a favor de un espíritu matemático. No --lo digo con Pascal-- de un "espíritu de sistema".
Vayamos directamente al tema. En lo que habré de decir me referiré a (1) el edificio llamado "Mascarones", (2) a mis amigos, (3) a mis maestros, (4) a algunas ideas mías y no mías.
Concluiré hablando de lo que quiero llamar el "Espíritu de Mascarones".
Descripción objetiva. Si han ido a la Ribera de San Cosme --¿se sigue yendo a aquela Ribera?--, esquina con la calle de Naranjo y atrás la Alameda de Santa María situada al norte de "Mascarones", podrán ver todavía hoy la fachada de aquella facultad. Ignoro si el edificio está bien conservado por dentro. Desde que la facultad se mudó a la Ciudad Universitaria, no he vuelto a entrar ni pienso hacerlo. El interior: amplio patio, caminos trazados con precisión. Allí los naranjos. Atrás un patio alargado, menos hermoso que el primero. En el fondo, la biblioteca donde algunos consultaban el Migne y, sobre todo, en aquella gran serie patrística, a Juan escoto Erígena que interesaba, probablemente, por razones platóncas, neo-platónicas, agustinianas, místicas, poéticas. Éramos algunos los que podíamos leer, de manera más o menos aproximada, el latín. Muy pocos el griego. No me cuento entre estos pocos. Mi griego, estudiado dos años en el Liceo --Marsella, México-- era y es totalmente insuficiente.
Vuelvo al primer patio, el de los naranjos. A un lado estaba el café, ese café que fue centro para todos nosotros y también para los muy numerosos estudiantes que venían a nuestra casa --venían principalmente de Derecho, también de Medicina-- y convivían con nosotros. Así: Henrique González Casanova; así Teodoro Césarman, ya casi cardiólogo.
La fachada. La describo escuetamente y la información puede encontrarse en libros, sobre todo en diccionarios como es el caso del Porrúa de historia y de México. Según se dice, aquel terreno fue largo tiempo una huertra hasta el inicio de la construcción por don José Vivero Hurtado de Mendoza. La fachada es del siglo XVIII, una de las mejores de México. La forman o conforman estípites terminados con cariátides; es decir, con mayor sencillez y menor exactitud, la fachada está hecha de pilastras en forma de pirámida truncada. En ella también las cariátides, es decir, mujeres con traje talar, vestidura que llega hasta los talones. La fachada es hermosa.
De las cariátides proviene el nombre de "Mascarones". ¿Qué mascarones, me pregunto? ¿Los de una proa, ahora y aquí, fija y multiplicada, inmóvil. Hay que ir. Vayan a ver el edificio los que no lo conocen. Muy cerca, en efecto, de la Alameda de Santa María donde íbamos con nuestras compañeras a platicar, no de filosofía pero sí tal vez de amores. También íbamos a veces --cosa prohibida-- a la azotea amplia y casi terraza. No todo tiene que ser ciencia y ciencia, letras y letras, historia e historia, filosofía y filosofía.
Paso a algunos asuntos personales. Cuando Pascal escribió aquello de "el yo es odioso" ("le moi est haissable") mucho me temo que hablaba de su yo, lo cual hacía que su yo odioso no fuera odioso. Pues bien, quien ahora les habla nació en Barcelona (noroeste de España, como dicen hoy extrañanmente en los periódicos). Tengo los mismos años que esta facultad. Estuve exhiliado en Provenza, muy tierra mía, donde empecé el bachillerato francés en el Lycée Périer, y lo terminé en México, en el Liceo Franco-Mexicano.
Bien. Salido o "sacado" de España a los catorce años de aquella España en terrible guerra --uno de mis primeros poemas se refería a los bombardeos cotidianos de 1938-- me hice"provenzal". Quiero decir que me adapté rápidamente a aquellas tierras, que todavía son mías. Descubrí que en el campo, se entendía el catalán sin grandes tropiezos. Otra confesión: escribí poemas en francés que supongo desaparecidos. Gracias a tods los santos.
Venir a México, este México ya hace tiempo mío, nuestro México, fue al principio, hay que decirlo, un nuevo exhilio. Por esto no me convence lo que decía José Gaos, maestro de muchos de nosotros, cuando llamó a los exhiliados "tranterrados". Lo serían después; en aquellos años justamente eran exhiliados, refugiados. Poco a poco fuimos transplantados; pero esto fue poco a poco, fue un poco lento. En México me hice amigo de un grupo de jóvenes de mi edad o cercanos a ella, entre los cuales quiero recordar a Jomi García Ascot con quien, al alimón, dí mi primer curso en "Mascarones", año de 1949. Éramos muy jóvenes. Otros amigos: Manuel Durán, Roberto Ruiz, Tomás Segovia, Carlos Blanco Aguinaga, todos exhiliados. Y algunos mexicanos: Teresa Silva, Echavarría (pintor que murió muy joven), Alberto Gironella. Y, perteneciente a varias nacionalidades: Vlady.
Bien. Juntos hicimos la revista Presencia de la cual fue el alma Jomi. Participaron en Presencia dos amigos que habían luchado en la guerra de España: Ángel Palerm y Jacinto Viqueira; antropólogo el primero, ingeniero el segundo. ¿Saben porqué terminó la revista Presencia -- habré de repetir esta palabra más adelante--? Palerm escribió su tesis de maestría; no tenía cómo ni dónde publicarla; la publicó en lo que fue el último número de la revista. ¿Piensan ustedes en Luis Rius y Arturo Sauto, Pascual Buxó, Enrique de Rivas, Pepe de la Colina? Fueron amigos nuestros, pero más tarde; erán más jóvenes.
Hasta aquí lo que fue un primer grupo de amigos. Otros también en la facultad --no quiero hacer una larga lista, siempre injusta-- Jacqueline Pivert, Emilio Uranga, el arquitecto Raúl Henríquez, Bernabé Navarro, Huguette Balzoba, Margit Frenk y los "extranjeros" que venían de otras facultades. Pues bien, los españoles todavía algunos en verdad adolescentes, éramos desterrados, éramos exhiliados con los ojos puestos en España y, en algún caso, especialmente en Cataluña y en lo que Dante llamó "lingua d'ocha", transformado creo que por los franceses en "Languedoc".
Vuelvo a "Mascarones", aunque en verdad nunca me he alejado demasiado de aquella casa. En aquellos años, años de carrera, una doble noticia que llevaba por nombres Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Nos dividimos entre sartrianos y camusianos. Tal vez por orgígenes comunes en el Mediterráneo pero sobre todo por la luminosidad poética de su pensamiento, algunos fuímos camusianos. Debe ser Camus, El Extranjero, El Hombre rebelde, pero sobre todo Nupcias y el Verano. Sartre fue objeto de largas polémicas, principalmente El ser y la nada. Si mucho se empeñan, pueden leer a Sartre; dicho más seriamente, no cabe duda de la importancia de Sartre. No así de su "simpatía" puesta de manifiesto mucho más tarde en Palabras (Les Mots).
Quedamos que todo lo dicho hasta aquí tiene que ver con "Mascarones". Amigos, maestros, pensadores, escritores, adaptación más o menos rápida al nuevo país, precisamente en aquella casa. Recvelaré, no creo que sea un secreto, lo que me hizo de veras mexicano. Ví a una persona. Hablé con ella; le conté interminablemente historias temibles de la guerra vivida, de aquella guerra tal vez incivil. Y me escuchaba. La conocí cuando ella hablaba con mi padre. Era Ana María Icaza, mi futura esposa. Mi padre me dijo que era pintora. Lo era. Pintaba muy bien.
Aparte de la reciente división --camusianos, sartrianos-- había en nuestra facultad una división más antigua. Por una parte estaban los neo-kantianaos --neokantismo de Marburgo--. Representaban la izquierda, una moderada izquierda. Por otra parte estaban los neo-tomistas que traté poco por razones más sociales y aún políticas que académicas. Quiero sin embargo señalar que uno de ellos fue un magnífico maestro, amigo de los jóvenes españoles: Oswaldo Robles, mi profesor de filosofía medieval. Por cierto, un maestro de aquel entonces que me niego a nombrar fue extremadamente impuntual. Nos daba una clase de diez, a veces quince muinutos. Sí; los neo-tomistas solían representar la derecha, claro está. Pero, ¿es la cosa tan clara? Por limitarnos a Francia: Bernanos, Maritain, Emmanuel, Mounier (el fundador de la revista Esprit que aún subsiste), todos ellos católicos fueron con diversos matices, amigos de los republicanos españoles. Creo que lo fue el poeta Pierre Emmanuel que era también cristiano; y claro, también Juan Pablo Lansberg, exhiliado de Alemania, profesor en Barcelona y muerto en un campo nazi de concentración.
En la facultad, además,algunos excelentes profesores. Samuel Ramos en Estética, García Máynez en Ética y Filosofía de los Valores y, memorable, don Antonio Caso que recordaba en su aspecto a algún filósofo francés de fin de siglo. Don Antonio trató, y trata aún desde sus libros, de hacernos ver que el valor verdadero está no en la "economía" --mínimo esfuerzo con máximo de resultados-- sino en la caridad --máximo esfuerzo con un mínimo de resultados--. Caridad, es decir, amor; elagustiniano amor que lleva a decir "Deus meus pondus meus" (Nota del transcriptor: "Dios mío, mi amor y el peso, la fuerza de gravedad que irresistiblemente me hace tender hacia Él"). Otro aspecto de la filosofía de Caso me tocaba de cerca a pesar de la diferencia de generaciones. Me refiero a su filosofía de la pesona y no del individuo concebido como uno de tantos, lo cual lo llevaba a condenar todos los totalitarismos. Hondo entusiasta, espíritu libre --recordemos que don Antonio fue quien más valientemente defendió la autonomía universitaria-- era hombre íntegro, hombre de conciencia.
Aquí un recuerdo trágico ligado a Mascarones. Mi padre Joaquín Xirau murió en un accidente cuando estábamos frente a la Facultad. Era abril de 1946. En el número de la revista del IFAL, espléndida revista en aquel entonces, aparecían al mismo tiempo y de manera sucesiva, un texto de mi padre sobre Antonio Caso que acababa de morir, una nota de la revista sobre la muerte de mi padre, que tanto había hecho por el IFAL, y mi primer artículo donde discutía las posibles relaciones entre la filosofía de la existencia y nada menos que don Farcnisco de Quevedo. No me he releído. Tal vez era un buen artículo. ¿Coincidencias dramáticas? Así de temibles pueden llegar a ser las cosas.
Maestros míos, José Gaos, sin duda. García Bacca, profesor de teoría del conocimiento y de un utilísimo seminario acerca del griego para filosofía. Josep Carner, gran poeta catalán, autor de aquel poema llamado Nabí, profesor de poesía romántica con hondura a humor, precisión y flexibilidad. Don Pedro Bosch Gimpera, historiador, prehistoriador tan cercano a los míos, No quiero olvidar a Julio Torri, quien comentó en un texto mío cuando yo acababa de entrar a la facultad, "trabajo muy conceptuoso", cosa que me llenó de suspicacia y alegría. Y Julio Jiménez Rueda; Pablo Martínez del Río; Amancio Bolaño Isla, vivísimo profesor de latín. Y claro, aunque estuviera poco en la facultad, don Alfonso Reyes, tan amigo de los españoles, a quien oí hablar creo que en 1940 en la Universidad de Morelia y después en el IFAL y también en Mascarones. Don Alfonso: primer Presidente de la Casa de España en México --después, El Colegio de México--, conferencista en El Colegio Nacional. ¿Leen ustedes a Alfonso Reyes? Hay que leerlo. Su obra es toda vida y debe decirse, con Borges, que es Reyes, aparte de su poesía, uno de los mejores prosistas en lengua castellana de este siglo, si no es que el mejor.
No voy a resuir la filosofía de Joaquín Xirau. Lo he hecho en otras partes y habré de hacerlo con más detalle. Diré tan solo que, riguroso y entusiasta, había sido un gran maestro en Barcelona, en París, en el Cambridge de Inglaterra --en este país coincidió con Jorge Guillén, profesor en Oxford-- y, naturalmente, en Mascarones. En Barcelona había tenido por discípulos a Jorge Maragall, Josep Calsamiglia, Udina, Rubert de Ventós el padre, Eduardo Nicol, Ferrater, Gomà. Los veía en la universidad pero principalmente en su casa como habría de hacerlo con sus discípulos de México. Entre ellos, Leopoldo Zea, Emilio Uranga, Bernabé Navarro, William D. Johnson, a quienes cito en primer lugar porque dieron conferencias acerca de mi padre poco después de su muerte y sobre él escribieron con profundidad. Sería injusto no recordar entre los que también iban a su casa, a los que lo oían tocar el piano con fuerza, igual que sus discípulos barcelonanes. Me refiero a Eusebio Castro, Matilde Lemberger, Raúl Henríquez, J.Moreno, Enrique Cruz, mi gran amigo, Adolf Siccroff, Ana María y, naturalmente, yo mismo.
Filósofo, educador, hombre de letras humanas --éstas literae humaniores de un Vives, sobre el que escribió y solía comentarnos en sus seminarios y cursos. Joaquín Xirau, enamorado desque que llegó de un Vasco de Quiroga, de un Sahagún, fue ante todo un filósofo del amor o, si se quiere, de Logos y Eros, inseparablemente nidos. Valiente tenía que ser Joaquín Xirau cuando en mayo de 1938 publicó en la revista Madrid, cercana a Antonio Machado y don Ignacio Bolívar, un artículo titulado Charitas, en aquel terrible y discordante momento de la historia.
Un hecho. En 1937 se realizaron en París paralelamente dos congresos: el de Estética y el Internacional de Filosofía, bien llamado el "Congreso Descartes". Allí habrían de conocerse las Meditaciones cartesianas de Edmund Husserl. Pues bien, el doctor Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros del gobierno de la República pidió a Joaquín Xirau que representara a España en aquellos congresos. Joaquín Xirau le dijo que quien debía representar a la República era Ortega y Gasset. Viajó para convencer a Ortega, que había sido su maestro en años madrileños y estudiantiles. No logró convencerlo. Decidió entonces aceptar la representación de la República. Recuerdo cómo juntos, mi padre, mi madre y yo, visitamos aquel pabellón de la República Española, en la Exposición Universdal de París, obra de Sert, donde se veía el surtidor de mercurio de Calder y las obras de Miró, Juan Gris y el Sueño y mentira de Franco así como el Guernica de Picasso.
No quiero olvidar del todo la filosofía de Joaquín Xirau. La diré en un solo párrafo, conclusión de su libro Lo fugaz y lo eterno, gracias al cual se entiende mejor otro de sus libros, el que ustedes deben leer, Amor y Mundo (1940). Dice el párrafo:
"La vida es movimiento, riesgo, anhelo, entrega. Vivir es trascenderse y buscar en los ámbitos del mundo algo que haga la vida digna de ser vivida. Es posible que filosofar sea entonces vivir. Pero en esto la filosofía coincide con la vida misma. También la vida plenaria es un constante "no vivir", desvivirse y proyectarse más allá de la propia existencia en un afán insaciable de salvación. Y en este caso, filosofar es vivir; vivir es filosofar".
Creo que muchos, tal vez todos, podríamos hacer nuestras estas afirmaciones. Joaquín Xirau coincide con Ramón Lull, a quien cita cuando éste dice: "El amor ha sido creado para pensar".
Tal vez se pregunten ustedes por qué no he mencionado entre los maestros de nuestra facultad a Eduard NIcol, a Adolfo Sánchez Vázquez. La cosa es sencilla. Nicol llegó muy joven a México, creo que a los treinta y dos años. Aquí preparó su tesis doctoral que fue su excelente libro Psicología de las situaciones vitales (1941). Sánchez Vázquez había hecho la guerra de España. Llegó a México a los veinticuatro años y aquí, entre nosotros, tuvo que terminar su carrera después de algún tiempo de impartir clases en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia.
Hablaré poco de mi manera de reflexionar y creer. Anda por los libros y a veces en mis seminarios y cursos que he desarrollado y sigo desarrollando con los jóvenes, yo entre dos Joaquines, mi padre y mi hijo Joaquín Xirau Icaza.
La palabra central dentro de un mundo que me es filosófico y poético, amigo de la mística, es la palabra Presencia casi siempre ligada, lo ha visto con claridad Alejandro Rrossi, a lo sagrado. Encuentro la palabra "presencia" --primeros balbuceos-- en mi segunda te4sis todavía muy bergsoniana y muy crítica de Sartre. Me refiero a Duración y existencia, libro con algunas buenas ideas y mediano estilo publicado en 1947. La palabra se aclara mucho más, ya desde el título, en Sentido de la presencia (1955) y mucho más tarde en El tiempo vivido de 1985 --hay una reedición de 1993. Subraya mi idea de la presencia un verso de uno de mis poetas, Jorge Guillén:
Soy; más: estoy, respiro.
Y este "estar en el mundo" que nada tiene que ver con el Dasein de Heidegger tan estudiado por nosotros gracias a José Gaos, este "estar" también con los otros, con El Otro, es presencia. Lo han sabido, diversdamente, Platón, San Agustín, Juan Escoto Erígena, San Juan de la Cruz, Teresa la Santa, --así la llamaba Américo Castro-- y en nuestros días, entre otros, Emmanuel Mounier, Edith Stein, Thomas Merton. En efecto, este estar en presencia pertenece a filósofos, poetas, hombres y mujeres de religión y mística.
Hace unos treinta y cinco años inicié un curso, después un seminario que se titulaba "Poesía y filosofía" --todavía subsiste con el más neutro y vago nombre de "Estética". Por lo demás, según veo en el anuncio de cursos y seminarios de este nuestro Mascarones en Ciudad Universitaria, el mismo título ha proliferado. Quiero decir que jóvenes maestros dan cursos sobre el tema, lo cual es bueno.
Algunos han dicho y alguno ha escrito que para mí, filosofía y poesía son lo mismo. No; nunca he pensado o dicho que fueran lo mismo. Lo que sucede es que, por caminos muy diversos --más discursivo uno, más intuitivo el otro-- pueden dirigirse a lo mismo, a lo crucial, a lo sagrado del mundo, a las personas, los dioses, Dios. Nada más nada menos que esto es lo que alguna vez he tratado de decir y escribir. Lo cual nos regresa al sentido sagrado de la presencia. Pero noto que de un "Mascarones" a otro, de aquella facultad a ésta, me he puesto algo rapsódico. Mala señal. ¿Cuál era el espíritu de "Mascarones", de ambos "Mascarones"?
Al hablar de este espíritu no quiero olvidar que en aquella facultad, como es sano y necesario, había frecuentemente polémica. La polémica forma parte del diálogo, este diálogo en el que hemos creído desde siempre. No en vano mi revista, la que fundé y publicó El Colegio de México, se llamó Diálogos. Lo que me atrajo de "Mascarones", polémica o no polémica, fue la capacidad de hablar, de dialogar, muchas veces en el café. Diálogo es decir diálogos, conversación, palabra compartida.
Si el diálogo era y es fundamental, no lo es menos la tolerancia. "Tolerancia". Vieja palabra del amigo Montaigne --Cervantes y Montaigne son amigos nuestros. Ser tolerante no implica aceptarlo todo bajo la especie de caos... Tampoco implica vivir sin creencia, ideas, sentimientos. Se trata de todo lo contrario. Más que "soportar" o "aguantar" --esto dice la raíz latina de Tollere: "levantar", manifestar opiniones diversas.
Diálogo, tolerancia. También amistad; la vieja virtud ciceroniana; amistad, a veces a pesar de discrepancias y aun de ideas distintas, si no opuestas.
Por fin, algo esencial que estaba en aquel "Mascarones" y debe estar en nuestra facultad y en todo espacio universitario. Hablo de la inteligencia. Quiero aquí recordar lo que decía Reyes, don Alfonso Reyes: "No olvideis ser inteligentes". Tratemos de serlo. Podemos y debemos serlo.
Termino. No olvidemos los afectos. No olvidemos sobre todo el orden vital, un orden que encauce nuestras vidas. Pero baste de prédicas se es que esto son prédicas. Estamos en una celebración, una fiesta precisa, disciplinada y vital. Esta celebración de los setenta sños de nuestra facultad, en su Mascarones antiguo, en su espíritu de Mascarones también posible hoy.
San Ángel 17 de enero de 1995.